5 DE JULIO. EXCELENCIAS DE LA OBEDIENCIA

 Esta excelencia tiene su origen en la VOLUNTAD DIVINA que se cumple por la obediencia. Como la voluntad divina, infinitamente perfecta en sí misma, es la regla suprema de todo bien, aun las mejores prácticas serían defectuosas si de ella se apartaran. Nada existe de tanto valor como la meditación, la Misa, la Comunión, los ejercicios de la piedad cristiana; sin embargo, si éstos se realizaran contra la voluntad del Señor o contra la obediencia, perderían su mérito y serían además ocasión de faltas dignas de castigo.

Saúl ofreció a Dios UN SACRIFICIO, función que la ley asignaba solo al sacerdote, y el Profeta Samuel le reprendió por ello con estas palabras: "Has obrado neciamente. El Señor se ha buscado otro rey que cumplirá su santa voluntad (1 Samuel 13, 13)." En otra ocasión Saúl desobedeció también, y le dijo el Profeta: "¿Por ventura no estima el Señor más que los holocaustos y las víctimas que se obedezca a su voz? La obediencia vale más que los sacrificios. El desobedecer al Señor es como un pecado de MAGIA y como crimen de IDOLATRÍA el no querer sujetársele. Por tanto, ya que tú has desechado la palabra del Señor, el Señor te ha desechado a ti, y no quiere ya que seas rey (1 Samuel 15, 22-23)." Así habló Samuel, inspirado por el Espíritu Santo.

Esta doctrina nos enseña lo mucho que el Señor detesta la desobediencia, pues la considera como un homenaje que se rinde al demonio y a la propia voluntad, en detrimento del culto de adoración y de sumisión que le es debido; da, por el contrario, GRAN VALOR  a la virtud de la obediencia, tanto, que la prefiere a todos los holocaustos, porque es en sí misma un sacrifico que sobre pasa a la limosna, penitencia y oración, porque en éstos damos únicamente nuestros bienes, nuestros cuerpos y nuestras obras; mas por la obediencia consagramos a Dios el alma y cuanto nos pertenece, es decir, no solamente los frutos del árbol, sino el árbol mismo con los frutos.

¡Oh virtud sublime, que identificas nuestra vil y abyecta voluntad con la voluntad del Altísimo! No quiero sustraerme jamás a tu imperio. Tus pensamientos serán los míos, tus deseos los míos, y mi libre albedrío no alzará su vuelo como no sea bajo tu dirección, única fuente de verdadera libertad. ¡Oh Jesús, obediente hasta la muerte, y muerte de cruz!, infunde en mí tu espíritu, espíritu de humildad, de sumisión y de dependencia en todas las cosas.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             

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