QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. “Estad todos unánimes en la oración”

 El Príncipe de los Apóstoles predica amor a la comunidad cristiana, reunida en torno de su tumba: “Estad todos unánimes en la oración. Sed compasivos, amantes de la fraternidad, misericordiosos, modestos, humildes. No devolváis mal por mal, ni maldición por maldición. Al contrario, bendecíos mutuamente (deseaos mutuamente el bien, pedid los unos por los otros la gracia de Dios): pues a esto habéis sido llamados, o sea, a recibir la bendición, la plenitud de bendición dada por Cristo.” Que todos seamos una misma cosa: he aquí el profundo y cordial anhelo del Apóstol y de la santa Iglesia. Éste es también el más íntimo deseo del Salvador. En su oración suprema al Padre no pidió sino “que todos ellos sean una misma cosa, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti. También ellos deben ser una misma cosa, para que crea el mundo que tú me has enviado” (Jn. 17,21). Unos en la fe, unos en el amor, unos en la oración. Unos, es decir: teniendo todo un solo corazón y una sola alma. Sobre todo, cuando celebremos el santo sacrificio de la Misa. En él no oramos aisladamente, cada cual para sí solo. No decimos: Dios mío, escúchame; sino que decimos: Padre nuestro: el pan nuestro de cada día dánosle hoy; te suplicamos; concédenos; infunde tu amor en nuestros corazones, etc. Nuestra oración debe ser una oración con toda la Comunidad y para toda la comunidad. Ante todo, debemos mirar a los intereses de la comunidad, a sus intenciones y deseos, a sus necesidades y exigencias. Nuestra oración debe ser prácticamente una oración con la Iglesia, con la sagrada liturgia. No seguiremos perfectamente la invitación de San Pedro, mientras no nos unamos estrechamente con la liturgia, mientras no subordinemos y sometamos el yo al nosotros. ¿Lo hacemos así? Para estar unánimes en la oración, es necesario trabajar por ser antes, en la vida de cada día, un solo corazón y una sola alma. Es preciso ser antes “compasivos, amantes de la fraternidad, misericordiosos, modestos, humildes”. Para esto, necesitamos poseer una abundante gracia y un sincero espíritu de amor, que se olvide de sí propio, que lo sufra todo por amor de Cristo, que todo lo interprete bien, que todo lo perdone, que quiera sinceramente a todos y a todos bendiga. Se vive como se ora, y se ora como se vive.

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