1 DE AGOSTO. HUMILDAD DEL CORAZÓN DE JESÚS

 Dios es el Ser infinito;nosotros somos la nada; él es santo y perfecto por naturaleza; nosotros solo por gracia. Nadie mejor que Jesús pudo comprender esta verdad, porque reuniendo dos naturalezas en su persona veía la DIFERENCIA ESENCIAL o la superioridad infinita de la naturaleza divina sobre la naturaleza humana, siendo el motivo por el que se anonadaba tan profundamente ante Dios y SOMETÍA sin reservas a su Padre celestial todos los pensamientos, ideas y afectos. Unida a la persona del Verbo, la naturaleza humana de Jesús no tenía subsistencia propia; estaba en todo gobernada por la Divinidad, que la iluminaba, la dirigía y la santificaba hasta el punto de hacerla impecable. Uno de los más grandes efectos de la humildad es el de hacernos depender de las operaciones de la gracia. ¡Qué perfecta e incomprensible fue, por tanto, la humildad del corazón de Jesús!

Habiendo querido cargar nuestro divino Redentor con el peso de nuestras iniquidades, cuya malicia conocía, ¡qué gran VERGÜENZA sentiría de ellas! Los santos se llenaban de confusión y se consideraban grandes culpables al pensar en sus ligeras faltas. ¿Qué no sentiría Jesús, el Santo de los Santos, cuando contemplara la maldad de los pecadores, de que quiso hacerse responsable ante Dios? ¡Qué humillación sería para él permanecer en tal estado bajo las miradas de la justicia divinia y de la Santidad infinita! El rebajamiento de los santos y la opinión desfaborable que de sí tenían no eran nada si los comparamos con los humildísimos sentimientos que animaban al Hijo de Dios y que le obligaban a decir, para rendir honores a la verdad: "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón (Mat. 11, 29)."

Sí, Jesús mío, quiero aprender de ti a anonadarme ante Dios y a reconocer en su presencia mi incapacidad y mi impotencia para obrar el bien; quiero confesarle mis pecados, dignos de todos los castigos. Te pido también, amadísimo Maestro mío, que me enseñes sobre todo a soportar con dulzura y resignación las faltas de consideración, las contradicciones, las burlas, las afrentas y los desprecios. Haz que mi corazón sea semejante al tuyo, es decir, hazle humilde, paciente, confiado en tu auxilio divino y deseoso de glorificar en todo al Padre celestial, aunque fuere a expensas de mi reputación.

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