4 DE AGOSTO. SANTO DOMINGO DE GUZMÁN

 Nacido en España, de la noble familia de los Guzmanes, Santo Domingo, desde su infancia, empezó a llevar vida de PENITENCIA, que le duró hasta la muerte. Ayunaba, velaba, dormía sobre una tabla, tomaba disciplinas y se flagelaba tres veces durante la noche. Llevaba constantemente a la cintura una cadena de hierro, y sobre la espalda ásperos cilicios, que le causaban incesante dolor. Nunca, ni en sus viajes, ni en sus predicaciones, ni siquiera en edad avanzada, varió de manera de vivir, y sin embargo, siempre se le vio risueño y amable; tan verdad es, que canto más sacrificios se hacen por Dios, más delicias interiores se reciben.

Las delicias de Santo Domingo dimanaban de su CONSTANTE ORACIÓN, porque en la oración encontraba él su paraíso en la tierra. Cuando iba de correrías apostólicas dejaba que sus compañeros de viaje le tomaran la delantera en el camino, para quedarse solo y poder conversar a sus anchas con ese Dios que todos llevamos en el alma. Cuando volvía de sus viajes, cansado, a veces con los pies ensangrentados, se postraba lo primero de todo ante el Santísimo Sacramento, y allí permanecía varias horas. Pasaba noches enteras con los brazos extendidos en forma de cruz o con el rostro pegado al suelo, o inclinándose profundamente y haciendo genuflexiones con el más profundo respeto.

Si CONOCIÉRAMOS como Santo Domingo el fondo de corrupción que hay en nosotros, ¡con cuánto ardor rezaríamos incesantemente y nos mortificaríamos a su ejemplo! Siempre solícitos, nos vigilaríamos y privaríamos a los sentidos, a la imaginación y a las aficiones peligrosas de cuanto las halaga y arraiga. Suplicaríamos diera y nos sostuviera. Pero, desdichadamente, nuestra presunción nos asegura que nada tenemos que temer, por lo que somos tan cobardes para vencernos, tan flojos en costumbre y tan faltos de ese espíritu de fe y de oración con que podríamos, como los santos, elevarnos hasta las cimas de la más sólida virtud.

¡Oh Dios mío! Pon término a mis dudas, a mi negligencia, a mi tibieza. Haz que desde ahora comience a servirte sin reserva con ayuda de constante MORTIFICACIÓN y ORACIÓN. 

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