5 DE AGOSTO. NUESTRA SEÑORA DE LAS NIEVES.

 En el siglo IV, bajo el pontificado del Papa Liberio, un patricio romano y su esposa, no habiendo tenido hijos, hicieron voto de dejar por HEREDERA DE SU FORTUNA a la Reina de los cielos. Enternecida por esta prueba de amor filial que le daban, María se les apareció en sueños y lo mismo a ellos que al Papa les manifestó su deseo de que le erigieran una iglesia sobre el monte Esquilino, en un lugar que verían cubierto de nieve Era el día 5 de agosto, y arreciaban los calores estivales. El Papa, acompañado de numerosos prelados, sacerdotes y fieles halló en el lugar donde después se edificó la basílica el suelo cubierto por una espesa capa de nieve. Aquella basílica se llamó Santa María la Mayor, y es una de las célebres del mundo cristiano.

¡Cuán admirable fue la caridad de la Virgen y cuán grande su deseo de SALVARNOS! Aceptó benévola una donación temporal para devolverla centuplicada en bienes celestiales; quiso que en su honor se construyera un templo, pero fue para que en él tuvieran asilo las almas y refugio los pecadores. Al recibir el legado de los esposos romanos, alcanzó para ellos el mérito de una obra excelente y un inefable beneficio para la ciudad eterna, que se hizo extensivo a toda la cristiandad, haciendo se despertara la fe por medio del insigne prodigio, que celebra la Iglesia universal en este día. ¡Qué maternal bondad la de María, a quien no en vano llamamos "Reina y Madre de Misericordia"! Desde que el Dios de amor fue concebido y se encarnó para salvarnos en sus virginales entrañas, su corazón se dilató en favor nuestro como un mar inmenso de compasión, donde podemos ahogar todas nuestras miserias, siendo los más miserables sus vasallos más queridos. Por eso los acoge con tanta dulzura cuando acuden a ella arrepentidos. ¿Por qué, entonces, desconfiamos y dudamos al implorar su socorro? ¿No nos dice ella también como su Hijo divino: "Venid a mi todos los que estáis cansados, los que andáis agobiados con cargas y trabajos, que yo os aliviaré"?

¡Oh Virgen misericordiosa! No quiero desconfiar jamás de ti; por el contrario, ESPERO que por tu caridad todopoderosa podré lograr la victoria sobre mis perversas inclinaciones, que obtendré el valor y la constancia necesarias para perseverar y las fuerzas indispensables para edificar el edificio de mi perfección sobre las ruinas del amor propio y sobre todo del defecto dominante. ¡Oh Reina de santidad!, obtenme VOLUNTAD DECIDIDA para hacer reinar en mi desde ahora el alma sobre el cuerpo, el espíritu sobre la materia, la razón sobre los sentidos, la fe sobre el propio juicio y la gracia y la caridad sobre mis inclinaciones naturales, que me impiden la unión perfecta y la entera semejanza con tu Hijo amabilísimo. 

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