6 DE AGOSTO. TRANSFIGURACIÓN EN EL CIELO.

 El Salvador se dejó ver de sus Apóstoles TRANSFIGURADO sobre el Tabor. Su rostro resplandeció como el sol y sus vestidos se pusieron blancos como la nieve. Esta visión arrebató a Pedro fuera de sí, y le embriagó de felicidad. Si la vista de la humanidad de Jesús produjo semejantes efectos en la tierra, ¿qué será contemplar en el cielo su divinidad? Entonces, como dice San Pablo "le veremos cara a cara (1 Cor. 13, 12)", es decir, le contemplaremos en un éxtasis de alegría, con todos sus tesoros infinitos de poder, de sabiduría, de pureza y de santidad.

Todo cuanto existe de hermoso, de bueno y apetecible en el universo no es nada comparado con las PERFECCIONES del Salvador. la excelencia de su grandeza y de su esencia inifinita es como océano sin fondo y sin riberas, en el cual se sumergen los elegidos, merced a la luz de la gloria de que están revestidos. La eternidad no es suficiente ni a su admiración ni a su santa embriaguez. "Quedaré plenamente saciado, exclamaba el Rey David, cuando se me manifieste tu gloria (Salmo 16, 15)."

Y esta gloria, capaz por sí sola de hacernos plenamente felices, ¿con quién y en qué lugar la contemplaremos? En compañía de la más augusta asamblea que jamás pudo exisitr, la asamblea de los ÁNGELES y DE LOS SANTOS, y en la MANSIÓN más deliciosa que jamás pudimos imaginar: en la mansión del cielo.

Estas ventajas, dice San Alfonso de Ligoria, aunque son accidentales, proporcionan a los elegidos una felicidad que sobrepasa a todos los placeres terrenales. ¡Quién nos diera la pureza de corazón necesaria para merecer la visión beatífica!

Examinémonos y veamos cuáles son nuestra faltas y nuestras aficiones más corrientes: PURIFIQUÉMONOS de todas las imperfecciones con el arrepentimiento y el desprendidmiento de cuanto no sea Dios. A veces, por naderías a las que estamos apegados,nos privamos de luces y de gracias infinitamente preciosas.

¡Oh Dios mío!, cura mi ESPÍRITU de sus prejuicios, errores y aficiones más o menos mundanas. Hazme conocer el valor de los bienes que me han sido prometidos para la eternidad, y que sobrepasan sobre toda ponderación a todos los tesoros de la tierra. dame fuerzas para combatir en mi todo lo que se oponga  a la pureza interior, absolutamente necesaria para lograr el premio inefable de la Visión beatífica.







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