19 DE SETIEMBRE. LA ORACIÓN DE LA IGLESIA

 

    “Ante todo, suplico se hagan peticiones, oraciones, rogativas y acciones de gracias por todos los hombres: por los reyes y por todos los que tienen cargos, para que todos disfrutemos de una vida sosegada y tranquila, saturada de piedad y de honestidad. Porque esto es lo bueno, esto es lo que agrada a Dios, nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad” (1 Tim. 2, 1-4). Esto es lo que hace la madre de Naím, la santa Madre Iglesia.

Nosotros pertenecemos a la madre de Naím. “Le acompañaba mucha gente de la ciudad.” Somos nosotros. Acompañamos a la madre en su dolor y en sus lágrimas. Esto es lo que hacemos al celebrar la santa Misa, al cumplir con la obligación que nos ha impuesto la santa Iglesia de rezar el oficio divino y al practicar nuestra oración privada. El privilegio de poder orar no se nos ha concedido para que oremos solo por nosotros mismos: se nos ha concedido, ante todo, para que lo pongamos al servicio de la salud temporal y eterna de los demás.

Unámonos a la madre en su oración. Cuanto más íntimamente nos unamos a ella en nuestro sacrificio y en nuestra oración, mejor podremos cumplir nuestra obligación de cooperar con ella, a la resurrección espiritual de los muertos y al crecimiento espiritual de los vivos.

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