24 DE SETIEMBRE. NUESTRA SEÑORA DE LAS MERCEDES

 La Orden de la Merced, fundada por la Virgen Santísima para redimir a los cautivos, es débil figura de la Iglesia, a cuya fundación contribuyó María con su Hijo divino para rescatar al género humano perdido. Nacemos prisioneros de Satanás y arrastramos las pesadas cadenas de la ignorancia y del pecado. Dice San Germán que nadie llega a poseer el conocimiento de la verdad a no ser por intercesión de María. Luego a esta Madre amabilísima debemos la gracia de nuestro BAUTISMO; por ella pasamos de las tinieblas a la luz y de la esclavitud del infierno a la noble libertad de los hijos de Dios. ¡Qué beneficio tan grande es éste, ya que es para nosotros origen de tan preciosos y numerosos favores!

"Nadie, dice también San Germán, se libra del peligro de perderse sin ayuda de María." ¡De cuántos RIESGOS nos ha preservado esta Madre amadísima desde la infancia! ¡De qué MALES tan grandes nos ha salvado, mientras tantos otros, aun de nuestros amigos y parientes, han sido víctimas de ellos! "Ninguno, ¡oh María!, exclama de nuevo San Germán, recibe los DONES DE DIOS si no es por ti, y nadie podría hacerse espiritual y salvar su alma si no fuera por tu intercesión." Ignorábamos antes de dónde provenían los remordimientos, los temores saludables, el hastío del mundo y los anhelos de pertenecer a Dios; ahora sabemos que provenían de María, que nos guardaba como la Madre guarda a sus hijos, y que como Madre nos ama y protege todos los días de nuestra vida.

Gracia a la Virgen Santísima sentimos en nosotros los BUENOS IMPULSOS, que nos llevan a meditar, a reflexionar y a mortificar los sentidos y pasiones. Jesús es el manantial de tantas inspiraciones y de tantos buenos deseos como nos animan a trabajar en la obra de la perfección, a vivir recogidos interiormente, desprendidos y unidos al soberano Bien; pero María es el canal por el que se derraman sobre nosotros todas las gracias y la Mediadora de nuestra salvación.

La gratitud exige de mi que te ame de todo corazón y te obedezca siempre fielmente, Infúndeme el valor que necesito para sacrificarte cuanto pudiera disgustarte; a veces una palabra poco caritativa, a veces una mirada imprudente o peligrosa, a veces un pronto, un mal humor, un rencor, y a veces, sobre todo, la costumbre de cometer ciertas faltas que impiden el progreso espiritual. Por intercesión de San Alfonso de Ligorio, que en la misma fecha de hoy rompió con el mundo en una iglesia dedicada a nuestra Señora de las Mercedes, dígnate librarme de las ataduras de los defectos, de las imperfecciones, de los apegos al mundo y a mí mismo, y úneme contigo, como tú lo estabas a Dios, que es el único Bien soberano.

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