5 DE SETIEMBRE. EL PECADO MORTAL

 El cristiano cuando se separa de su Maestro por el pecado mortal, pierde la gracia santificante y con ella las virtudes, los dones gratuitos, la hermosura sobrenatural y esa paz tan dulce que nos trae como un saber anticipado del cielo. "Aunque hubiéramos amontonado TANTAS RIQUEZAS ESPIRITUALES, dice San Alfonso, como San Pablo el Ermitaño, que vivió noventa y ocho años en una gruta, y tantas como San Francisco Javier, que ganó para el cielo diez millones de almas; aunque hubiéramos reunido los méritos inmensos de todos los bienaventurados, sin exceptuar los de la Madre de Dios; si después cometiéramos un solo pecado mortal, perderíamos en el mismo instante todo lo que a costa de tantas penas y sacrificios hubiéramos adquirido." Por eso dijo el Profeta Ezequiel: "Si el justo se desviara de su justicia y cometiera la maldad según las abominaciones que suele hacer el impío, ¿por ventura tendrá él vida? Cuantas obras buenas hubiera hecho, se echarán en olvido (Ez. 18, 24)."

El alma que comete un pecado mortal pierde todos sus derechos a LA HERENCIA CELESTIAL, y por sí misma, si no se convierte, se entrega a los suplicios del INFIERNO. "Si los ángeles pudieran llorar, exclama San Francisco de Sales, cuantas lágrimas amargas derramarían al considerar la desgracia de aquél que se hace enemigo de Dios, enemigo del Bien soberano."

Nosotros que podemos verter estas lágrimas, LLOREMOS al recordar nuestros pasados desvaríos. Estudiémonos a nosotros mismos y veamos qué es lo que podría inducirnos a ofender gravemente a nuestro Creador. ¿No tenemos hábitos de ligereza, disipación, negligencia? ¿No cometemos pecados veniales, que al apartarnos de la devoción nos exponen a caer en pecado grave?

¡Dios mío! No permitas que languidezca en tu servicio; haz, por el contrario, que saque de la oración y de los sacramentos el vigor, la vida y las gracias que santifican. Con tu ayuda, me propongo: 

  1. INVOCAR con frecuencia los santos nombres de Jesús y de María, sobre todo en las penas y en los momentos de lucha.
  2. EVITAR cuidadosamente los defectos y los peligros que pudieran exponerme a disgustarte, aun ligeramente, porque tú mismo dijiste: "Velad y orad, para no caer en la tentación." (Mat. 26, 41).

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