DECIMOQUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. RESURRECCIÓN DE UN MUERTO.

 En el centro de la liturgia de hoy aparece el episodio de la resurrección del joven de Naím realizada por el Señor.

"...Tras el féretro aparece la madre llorosa y desconsolada." ¿Qué sería de los pobres muertos, si no estuviera  a su lado la santa Madre Iglesia, suplicando por ellos? Al estar ella junto al féretro, en que es transportado el muerto, aparece Jesús, y, contemplando a la angustiada Madre, "se compadece de ella y le dice: ¡No llores! Después, se acerca Él mismo al féretro y le toca con su mano. Los que lo llevan se paran. Y Jesús ordena: Joven, yo te lo mando: ¡levántate! Entonces el muerto se incorpora y comienza a hablar. Y Jesús se lo devuelve vivo a la madre." Con sus lágrimas y súplicas la Iglesia ha devuelto la vida al muerto. He aquí un expresivo símbolo de lo que se realiza todos los días en el sacrificio de la santa Misa. Existen muchos muertos. Parecen vivos, pero están muertos espiritualmente y yacen tendidos sobre el féretro. Hay alguien, sin embargo, que conoce su inmensa desgracia: es la santa Madre Iglesia, solo ella. En la santa Misa llama apasionadamente al único que puede dar la vida. Cristo acude a sus clamores, y devuelve la vida a los muertos. La santa Misa es, en efecto, un sacrificio de expiación y de súplica. La Iglesia eleva hacia el cielo la sangre de Cristo. Pide a Dios misericordia y alcanza de Él la gracia de que muchos pecadores entren dentro de si mismos, reconozcan sus errores, rompan con el pecado y se conviertan. La Iglesia está convencida de que sus lágrimas y súplicas, apoyadas por el santo sacrificio, son eficaces delante de Dios. ¡Y esta Iglesia, orante y oferente, somos nosotros mismos! Nuestra oración y nuestro sacrificio son eficaces. Son tanto más eficaces, cuanto más nos identificamos con la santa Iglesia y suplicamos con ella. "Compadécete de mí, Señor, porque he clamado a ti todo el día." Son tanto más eficaces, cuanto más compasivo amor tenemos hacia los pobres muertos y más fervorosamente celebramos por ellos el santo sacrifico. Nuestra fuerza reside en la unión, en la comunión con la Iglesia orante y oferente.

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