DECIMOTERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. ¡SOLO CRISTO!

 Cuando Jesús se dirigía hacia Jerusalén, se detuvo en una pequeña villa. Aquí se le presentaron diez leprosos", los cuales le suplican que los cure. Él les dice: Id y mostraos a los sacerdotes. Ellos obedecen. Mientras se dirigen a los sacerdotes, quedan curados en el camino. La Ley de Moisés (es decir, el Antiguo Testamento, con sus sacerdotes y sus sacrificios) no puede curar a los pobres leprosos. El mundo enfermo y pecador solo puede ser curado por Cristo. En Él serán bendecidas todas las naciones.

En los leprosos curados, reconozcámonos a nosotros mismos. En el santo Bautismo también nosotros fuimos curados por el Señor, gratuitamente, por pura misericordia suya, de la lepra de nuestros pecados. ¡Y cuántas veces ha vuelto a repetirse esta misma curación misericordiosa en el sacramento de la Penitencia! "¡Id y mostraos al sacerdote!"

Reunámonos hoy en torno de Dios, en torno del Señor, para agradecerle de un modo digno el inmenso amor que Él nos ha demostrado y sigue demostrándonos constantemente en los innumerables beneficios y gracias que ha derramado y derrama a diario sobre nosotros. Y esto, aun sin pedírselo nosotros. Aun sin pensar nosotros en ello. Aun siendo indignos de ello. Aun habiéndonos hecho indignos de nuevas gracias. Aun después de habernos olvidado de Él y después de haberle pospuesto a nuestro amor propio. Agradezcámoselo con una constante fidelidad a la gracia y a las promesas de nuestro santo Bautismo; con un fiel y exacto cumplimiento de todos nuestros deberes, así espirituales como temporales; con un sincero y decidido empeño de evitar todo pecado, toda infidelidad y toda imperfección consciente o voluntaria y con una vida dedicada por entero a su servicio.

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