13 DE OCTUBRE. ESPÍRITU DE FE.

 No habría jamás espíritu de fe si no estuvieran perfectamente de acuerdo la CONDUCTA y las creencias. Sabemos que el último fin es Dios, y que si nos puso en el mundo y nos conserva en él es únicamente para que escojamos entre el pecado y la virtud, entre una eternidad desgraciada con los réprobos y demonios, o una eterna bienaventuranza con los ángeles y santos. Creemos en estas verdades y nos sometemos a ellas; pero ¿están completamente conformes con ellas nuestro corazón y nuestras obras? ¿Evitamos cuidadosamente hasta las más leves faltas? ¿Somos fieles en cumplir los deberes de estado como conviene que los cumplan almas que, desterradas en el mundo, esperan cada día la señal de la muerte para entrar en la patria deseada? Nuestra vida en la tierra tiene que ser como el noviciado del cielo. Aspiremos por la fe a lo que nos promete la visión cara a cara de Dios.

Procedamos de esta manera, no en general, sino hasta en los más pequeños detalles de nuestra conducta; porque, como el espíritu de fe es la COSTUMBRE infusa o adquirida de dejarnos llevar en todo por motivos sobrenaturales, hemos de valernos de ella en las dudas, las angustias, las DIFICULTADES de todos los días. Pero, desgraciadamente, con demasiada frecuencia obramos de modo totalmente opuesto, porque confiando demasiado en nuestras luces y en nuestra débil voluntad, obramos a impulsos de excesiva solicitud, y todo lo decidimos sin haber antes orado y reflexionado. San Vicente de Paúl y San Alfonso de Ligorio obraban de muy diferente manera, porque todo lo pesaban en la balanza de Dios, sin fiarse de la razón ni de su virtud. Así caminaron siempre seguros por las sendas del Altísimo y cumplieron fielmente sus designios.

Cumplamos también con espíritu de fe los DEBERES que se nos impongan. Así santificaremos las relaciones con Dios, con los Superiores, con los iguales y con los inferiores; y también santificaremos el trato con el mundo y todas nuestras empresas. Además, nos liberaríamos así de las miras bajas e interesadas, el capricho y el humor perderían su imperio sobre nosotros; el rencor, la impaciencia y la aversión no desvirtuarían nuestras obras, y siempre nos sentiríamos movidos a obrar con el solo deseo de glorificar y contentar a nuestro Creador.

¡Oh Dios mío! Con tu ayuda divina tomo las siguientes resoluciones:

  1. Vivir habitualmente en tu presencia y meditar las verdades más útiles al alma.
  2. Recurrir a ti por la oración en todas las dudas, ansiedades y tinieblas espirituales.
  3. Hacer mis acciones por motivos de fe y recta intención, acompañándolas con frecuentes oraciones jaculatorias, para hacerlas gratas a tus ojos. Hazme preparar de antemano en la meditación los santos pensamientos con que habré de entretenerme durante el día.

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