Lecc 6 LA REVELACION (1)
Qué et revelación.
—La Revelación es la manifestación que Dios nos hace de
una verdad. Revelar es quitar el velo, manifestar, enseñar una cosa que estaba
oculta. Esta revelación o manifestación Dios puede hacerla por medio de sus
criaturas, manifestándonos por medio de ellas su omnipotencia, su sabiduría,
sus atributos; esta revelación natural, en rigor no se llama revelación.
Llamamos revelación propiamente a la que Dios hace
directamente a los hombres enseñándoles, de un modo superior a la naturaleza,
algunas verdades que después creemos no por verlas en sí, sino por habérnoslas
enseñado Dios. Y, en general al menos, se trata de verdades que nos estaban
ocultas o nos hubieran estado ocultas si Él no nos las hubiera revelado. Esta
revelación se hizo, por ejemplo, en el Monte Sinaí a Moisés; a Abraham cuando
le prometió que su descendencia seria mayor que las estrellas del cielo; a
Isaías, cuando le reveló la venida y los sufrimientos del Mesías; a Daniel,
cuando le reveló el tiempo de la venida del Mesías, y así hay otras
innumerables revelaciones en el Antiguo Testamento.
Clases
diversas de revelaciones.
— La revelación
puede ser privada y particular, o pública y general.
Privada es
la que se hace a una persona, sea para sí misma, como se ha hecho a algunos
Santos en no pocas ocasiones; sea también para nosotros, pero sin más
obligación que la que tiene la autoridad privada de una persona.
Pública,
general, es la que hace Dios, aunque sea a una persona, pero para todo el
mundo, con obligación de que todos la reciban y crean. Ésta, entre nosotros, se
llama católica o universal. Puede ser también escrita o hablada; porque, aunque
todas las revelaciones, en general, sean de una o de otra manera habladas,
pero, según nos hayan sido transmitidas por escrito o por tradición oral, se
llaman escritas o habladas.
La
revelación es posible.
Los que impugnan nuestra religión dicen que la revelación
de los misterios es imposible. Pero sería mucha la impotencia de Dios si no
pudiese hacer entender al hombre muchas verdades que exceden su capacidad en
este mundo. Y se ve que el hombre enseñado puede conocer muchas cosas, que, si
no se las enseñan, las ignoraría. Acaso no pueda comprender los misterios;
pero, por lo menos, podrá conocer su existencia. Y aun en los mismos misterios,
convenientemente instruido, podrá conocer muchas cosas, si no con la luz de
esta vida, porque no es bastante, con la de la otra. Este deseo que tenemos
todos los hombres de conocer lo misterioso, lo revelado, lo escondido, prueba
el instinto que tenemos de que podemos llegar a saber lo misterioso.
La
revelación es honrosa.
—Otros, exagerando ridículamente la dignidad y la
independencia de la razón humana, dicen que es degradante para el hombre, inútil
y aun pernicioso el revelarle los misterios y el creerlos. Lo cual es una
insensatez de los racionalistas. Porque al hombre le conviene saber cuanto más
pueda. Y es evidente que hay dos modos de saber: uno por el esfuerzo de la
razón propia y otro por la autoridad de alguno que nos enseña. El aprender por
autoridad, por maestros, lejos de ser inútil, es sumamente provechoso; como que
si no quisiésemos entender y saber más de lo que por propio discurso
aprendemos, sería muy poco lo que aprenderíamos. Y la mayor parte de las cosas
las aprendemos por maestros, por autoridades, por revelación o enseñanza de
profesores, por fe. Y lejos de ser degradante aprender de maestros, al
contrario, todos los hombres se valen de ellos con honor, y tienen a gala tener
buenos maestros y los pagan bien para que les enseñen. Pues ¿cuánto más útil es
aprender verdades sobrenaturales y cuánto más hermoso tener por maestro a Dios?
La
revelación es útil.
—La revelación de los misterios de la fe es utilísima,
porque nos enseña verdades incomparablemente mejores y más estimables que las
de la ciencia y razón humana; nos enseña mucho de Dios, nos une con Él y nos da
un medio de ofrecerle el obsequio de nuestra fe a su autoridad. La revelación
es una luz que nos enseña verdades sobrenaturales que sin ella no podríamos
aprender; que nos aclara muchas oscuridades en las verdades naturales que
tenemos; que nos asegura en muchas dudas que tendríamos; que nos dicta una
senda segura y fija de nuestros deberes.
La
revelación es necesaria.
—No sólo es útil la revelación, sino que es necesaria.
Primero, porque, como Dios nos ha elevado al estado sobrenatural, como se
explica en otra parte, y quiere darnos la gloria celestial y nos obliga
también, si queremos entrar en la gloria, a conocer la doctrina que Él nos ha revelado
y a obrar actos sobrenaturales, es necesario al hombre, si se ha de salvar,
conocer verdades sobrenaturales y misterios inaccesibles al entendimiento
humano por sus propias fuerzas y conocer una ciencia superior a la luz natural,
que sólo Dios se la puede enseñar. Y por eso le es necesario tener un maestro superior,
a Dios mismo, que nos revele; es decir, ponga ante nosotros las verdades que Él
quiere que sepamos, y que nosotros sin Él no podríamos saber, porque nos están
ocultas.
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