VANIDAD DEL MUNDO (1)

¿De qué le vale al hombre conquistar el mundo entero, si pierde su alma? (Mt. 16, 26) ¡Regla poderosa, que tantas almas ha llevado al cielo y tantos santos ha dado a la Iglesia! ¡De qué sirve ganar todo este mundo,que pasa y muere, si se pierde el alma, que es eterna?

¡El mundo! ¿Qué es el mundo, sino  una ficción, una jornada de comedia, que luego pasa? llega la muerte, cae el telón, se acaba la comedia y se acabó todo.

¡Ay de mi! En la hora de la muerte ¿cómo verá el creyente las cosas del mundo por las que dejó de pensar y vivir para Dios?

¡Aquellas joyas, aquel dinero acumulado, aquella casa, aquellas amistades, aquellos apegos qué pronto los has de dejar!

JESÚS mío, haz que de hoy en adelante mi alma sea toda tuya y no ame más que a Ti. Quiero desprenderme de todo antes que la muerte me desprenda a la fuerza.

Escribía Santa Teresa: "Dí a cada cosa su valor, y como lo que ha de acabar tan presto, lo estime" Procuremos, pues, la ganancia que sobre vive al tiempo. ¿De qué sirve ser feliz durante cuatro días si es que puede haber felicidad fuera de Dios al que ha de ser desgraciado por y, siempre jamás?

Dice David que en la muerte todos los bienes terrenos parecerán un sueño. ¡Qué desilusión, encontrarse tan pobre como antes, después de haber soñado uno que era rey!

Dios mío, ¿quién sabe si esta meditación es para mí la última llamada? Dame fuerza para desasir mi corazón de todos los afectos terrenos, antes que tenga que partir de este mundo, Y hazme comprender la desgracia que fue para mí el haberte ofendido y el dejarte por amor de las criaturas: Padre, no merezco llamarme hijo, tuyo (Lc. 15, 19).

Me arrepiento de haberte dado la espalda; no me rechaces ahora que vuelvo a Ti.

Felipe II exclamaba al morir: "¡Ojalá hubiera sido simple lego de un convento antes que rey!" Felipe III decía también: "¡Si hubiera vivido en un desierto, me presentaría ahora con más confianza en el tribunal de Dios!". Así hablaban al morir los que pasan por los más afortunados de la tierra.

Sí; todas las cosas terrenas vienen a resumirse en la hora de la muerte en remordimientos de conciencia y en temores de condenación eterna. Todo cuando ya va a terminar la escena y estámos para entrar en la eternidad, próximos al momento supremo del que depende el ser felices o desgraciados por toda una eternidad.

Señor, ten piedad de mí, no he sabido amarte en lo pasado. De hoy en adelante, Tú serás mi único bien. 

Todos los grandes del mundo,que están en el infierno, ¿qué provecho les dan sus riquezas y sus honores? Y probablemente responden, llorando: "¡Ninguno, ninguno; aquí no encontramos más que tormentos y desesperación. Pasó el mundo, pero nuestra pena no pasará jamás!". (continuará...)

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