Lecc 9 SOBRE LA FE CRISTIANA Y SU CREDIBILIDAD

  Qué es fe cristiana.

—Fe cristiana es la que tenemos en lo que dijo Cristo, por la cual estamos persuadidos de que lo que dijo Cristo es verdad. Esta fe es divina, claro está, porque Cristo es Dios. Sin embargo, lo que está en la Biblia antes de venir Je­ sucristo, en el Antiguo Testamento, es de fe divina, y aunque sea anterior a Cristo, con todo también entra en la fe cristiana, porque Cristo hizo suyas todas aquellas Escrituras y verdades reveladas por Dios antes de su encarnación y magisterio. 

Obligación de la fe cristiana.

—No se puede negar que es obligatoria la fe cristiana para todos los hombres. Porque lo dijo expresamente el mismo Cristo: «Id y enseñad a todas las gentes a guardar todo lo que os he mandado» (Mat., 28, 19). Y luego añade: «El que crea y se bautice, se salvará; pero el que no crea se condenará» (Me., 16, 16). 

Además, de suyo se ve que hay obligación de creer, porque Dios es verdad eterna e infalible, que ni se puede engañar ni engañarnos. Luego, si consta que Dios nos ha dicho algo a los hombres, debemos creerlo, sin duda ninguna. La única dificultad puede estar en saber si es verdad o no que haya habido revelación, si Dios nos ha hablado o no. Pero ya veremos que Dios nos ha hablado, por lo que vamos a decir. 

Motivos de credibilidad.

—Se llaman motivos de credibilidad aquellas razones por las cuales vemos nosotros que, en efecto, ha habido revelación de Dios, las razones por las cuales nosotros creemos que Dios nos ha hablado esto o aquello. Porque, en efecto, podríamos los hombres estar dispuestos a creer todo lo que Dios nos hablase; pero si no creemos o no sabemos o no nos prueban que Dios nos ha hablado esto o aquello, aunque yo esté muy dispuesto a creer a Dios lo que me habla, mientras no me conste que me ha hablado, no puedo ni debo creer nada. 

Lo que sirve la razón para la fe

.—No vaya nadie a pensar que la razón no sirve nada para la fe; sirve mucho. Es el camino para ella con la gracia divina. El uso de la razón precede a la fe y lleva al hombre a la fe con el auxilio de la gracia y de la revelación. Porque, como decía el Concilio de Colonia, no creemos sino cuando vemos con la razón que hay que creer que Dios nos ha hablado. Yo puedo estar dispuesto a creer que Dios es Trino y Uno. Pero como mi razón no entiende este misterio, es preciso que yo sepa que Dios me lo ha revelado. Y para averiguar que Dios ha revelado ser Él Trino y Uno, pregunto: ¿de dónde consta que Dios ha dicho tal cosa? Porque en cuanto a mi me prueben que Dios dijo ser Él Trino y Uno, en seguida lo creo, pues ya sé evidentemente que Dios ni se engaña ni me engaña. Y asi decía el Papa Pío IX en su Encíclica de 9 de noviembre de 1846: «La razón humana, para no engañarse y errar en negocio de tanta importancia, debe inquirir diligentemente la existencia de la revelación, hasta que le conste ciertamente que Dios ha habla­do, para que luego le preste, como sabiamente nos enseña el Apóstol, el obsequio de su razón». Y el mismo Jesucristo decia: «Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que nadie jamás ha hecho, no tendrían pecado» (Juan, 15, 24). Es decir, si yo no les hubiese probado que soy Dios y hablo como Dios, no tendrían pecado, porque no tendrían obligación de creer. Pero como ya les he probado que soy Dios y hablo como Dios, están obligados a creerme, y si no creen, les puedo pedir cuenta y se condenarán, por la grave irreverencia que contra mí cometen, no creyéndome. 

Dos clases de motivos de credibilidad.

—De dos clases pueden ser las razones que prueban la revelación de Dios. Unas, como dicen, internas, es a saber, ciertas notas que están en las mismas verdades reveladas que las hacen creíblts; por ejemplo: la conveniencia con la sana razón y con las buenas costumbres; la excelencia de la doctrina, su sublimidad, santidad, buenos efectos, hermosura, consecuencia y otras cualidades como éstas. Estos criterios o motivos no bastan para probar que una doctrina es revelada por Dios; porque bien podría haber doctrinas y sistemas de verdades buenos y excelentes sin que sean revelados por Dios, sino hallados por la sola razón humana. Pero aunque no son suficientes para probar que es revelada una doctrina, sirven para recomendarla. Otros motivos, como dicen, externos, que no están en la misma doctrina, sino que se n algunos hechos que guardan unión con ella y prueban que es divina. Y estos criterios son mejores y plenamente convincentes. Los primeros son ambiguos, inciertos, arbitrarios, requieren mucho estudio y no convencen plenamente; porque es muy difícil calcular qué grado de excelencia y de sublimidad y de alteza se requiere en una doctrina para determinar que no puede ser humana. Por eso los motivos internos de la excelencia y sublimidad de una doctrina, son muy buenos para confirmar la fe que tenemos en ella, pero no para demostrar que es revelada. Para esto son argumentos y motivos convincentes los externos de que vamos a tratar. 

Motivos de cridibilidad externos y principales; milagros y profecías.

—Los mejores criterios y razones para conocer si una doctrina es o no revelada son los milagros y las profecías. En efecto, el sentido común del género humano siempre tiene y ha tenido por testimonio de Dios el milagro y las profecías cumplidas. Y por eso los judíos decían al Salvador: «¿Qué milagro haces tú para que veamos y creamos en ti?» (Juan, 6, 30). Y esto lo entenderemos mejor conociendo lo que es milagro. 

Qué es milagro.

—El milagro es un hecho sensible realizado por Dios sobre las fuerzas de la naturaleza. 

Es, por lo mismo, un hecho que no procede de las fuerzas de la naturaleza, sino que Dios lo hace por sí, sea valiéndose de otra causa instrumental, pero que la naturaleza no lo haría, con las fuerzas que tiene recibidas de Dios. 

Que el milagro sea posible no se puede negar. Sólo lo niegan sin razón ninguna los enemigos de la religión cristiana. Sería preciso negar la omnipotencia de Dios o creer que Dios dependía de las leyes de la naturaleza que Él libremente había puesto o que no es posible otra disposición de la naturaleza que la presente. 

Que el milagro sea un testimonio de la verdad dado por Dios y que no se pueda hacer sino en favor de la verdad, es claro. Porque así lo cree todo el mundo cuando hay algún milagro y, además, Dios no va a cooperar en favor de una mentira, como lo haría si hiciese acción milagrosa y divina en comprobación de ella. Y por eso, si en comprobación de una doctrina se hace algún milagro, todos entienden que Dios, como quien dice, pone su sello en esa doctrina. Y así lo confiesan los mismos impíos, los cuales suelen negar que haya milagros, porque, si los hubiera, ya ven que no pueden negar que Dios aprueba aquella doctrina o verdad, en cuyo favor hace Él mismo un milagro divino. 

Y lo mismo pudiera decirse de la profecía cumplida, porque el predecir las cosas futuras con certidumbre, cuando ninguna razón hay para conjeturarlas, es un milagro y obra del poder divino y del todo superior a la naturaleza. 

Milagros verdaderos y aparentes.

—Pero importa mucho, antes de pasar adelante, saber que hay milagros verdaderos y milagros aparentes y el modo que podemos tener para distinguirlos. Milagros verdaderos son los que realmente superan las fuerzas de la naturaleza, sea en la sustancia del hecho, sea en el modo; en la sustancia del hecho, cuando las fuerzas naturales no pueden producir aquel hecho de ningún modo; por ejemplo: la resurrección de un muerto, la vista de uno que ha nacido sin ojos; en el modo, cuando la naturaleza puede producir un hecho, pero no de la misma manera que en el milagro; por ejemplo: podrá curar la lepra, pero no con una palabra. Milagros aparentes son apariencias de milagros, porque no se ve el modo como se producen. Los prestidigitadores hacen cosas maravillosas en apariencia, y los demonios, que son excelentes y ocultos prestidigitadores y conocen muy bien las fuerzas naturales, pueden hacer mayores maravillas. Así hacían los magos de Egipto (Ex., 7, 11) y Simón Mago con auxilio de los demonios (Act., 7, 9). 

Conocimiento de ouándo es cierto un milagro o es aparente.

—Se puede distinguir, sin embargo, si los milagros son verdaderos o falsos y fraudulentos por muchos criterios humanos, y, en efecto, los distinguen muy bien los hombres, considerando los adjuntos y circunstancias. Y, en especial, cuando se trata de hechos en favor de una doctrina revelada y de los milagros hechos, no en favor de un caso particular, sino de la religión cristiana, no cabe duda ninguna, como veremos, que son verdaderos y muy distintos de algunos casos en que la historia nos refiere los engaños que algunos hicieron. Bien distintos son los milagros de Moisés y de los magos; los de Jesucristo y los de todos los demás fanáticos, como Simón Mago. Atendiendo a la persona que los hace, al modo como se hacen y demás circunstancias precedentes y consiguientes, siempre se descubre la hilaza o fraude, a no ser que se trate de un hecho aislado en que no se ha podido hacer un examen detenido. 

Qué es profecía.

—Profecía es la predicción cierta de un suceso futuro, incapaz de ser conocido en sus causas naturales por ninguna inteligencia creada. 

Debe la profecía, para que valga, ser precisa y clara, no vaga, y que se pueda explicar de distinta manera. Debe anunciarse como cierta. Debe ser de cosa que no se pueda saber naturalmente. Por tanto, no son profecías las previsiones del tiempo, los pronósticos de los médicos, las predicciones de los políticos. De aquí se deduce que la profecía viene a ser un milagro. Sino que otros milagros se comprueban en sí mismos, y las profecías se comprueban cuando se verifican. Ejemplo de profecía puede ser, desde luego, la que hizo San Gabriel a Daniel, de que de allí a setenta semanas de años vendría el Mesías. 

Resumiendo.

—Para saber si, en efecto, Dios ha revelado una doctrina, hay varios criterios o razones, o, como se suele decir, motivos de credibilidad. Los principales son: el milagro y la profecía. Y, además de esto, para confirmarnos hay otras razones o motivos, como son la excelencia de la doctrina, la santidad de su autor, la excelencia de sus frutos. 

Pues bien; todas estas razones prueban que la fe cristiana y toda la religión cristiana son reveladas por Dios y, por tanto, obligatorias. 

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