Lecc 21 EXISTENCIA DE DIOS (4)

 Prueba 8: El testimonio de los sabios.

—Facilísima es esta prueba. Bastaría coger el catálogo de los sabios, y se vería que la generalidad de los sabios más eminentes han creído en Dios, y asegurado que es imposible no creer en Él. Los sabios que positivamente han negado a Dios son muy pocos, relativamente, y de ellos muchos son sabios en ciencias matemáticas o físicas, pero no en ciencia religiosa. El protestante Demert, en un opúsculo, recogió las opiniones religiosas de trescientos sabios, los más eminen­ tes de los cuatro últimos siglos en ciencias naturales. De treinta y ocho de ellos dice, no encontró datos positivos. De los otros doscientos sesenta y dos, sólo veinte se muestran indiferentes o incrédulos; los demás creen en Dios. En este siglo escoge ciento sesenta y tres de los más notables; de ellos ciento veinticuatro creyentes; sólo veintisiete no tienen opiniones religiosas bien conocidas, y sólo doce son incrédulos, como Tyndall, Huxley, Moleschot, Vogt, Buchner, o indiferentes como Arago, Goethe, Darwin. Fácil sería aducir un gran catálogo de los sabios que han creído en Dios. Lo único que diremos es que en todos los libros de todas las ciencias, historias, literaturas, el nombre y la idea de Dios está por todas partes. Y es la prueba más curiosa un hecho que ha poco ocurrió en Francia. Bien sabido es que el Gobierno francés se había propuesto secularizar del todo la enseñanza y borrar de las escuelas la idea de Dios. Para ello tenía que quitar de todos los textos de enseñanza el nombre de Dios y de lo que a Dios se refiere. Y obstinado, mandó corregir todos los textos. Pero, claro está, como todos los literatos y los sabios y los escritores de todas las edades mezclaban el nombre de Dios, y del culto, y de la Providencia, y de inmensidad, y de magnificencia, etc., etc., de Dios por todas partes, tuvieron que poner cosas sumamente ridiculas para sustituirlas. Y en la historia, como todos los sucesos a cada paso están relacionados con la religión y Dios, tuvieron que retorcerse para borrarlo. Y como la conversación humana está llena de alusiones a Dios, como en castellano, por ejemplo: Adiós, si Dios quiere, Dios me valga, gracias a Dios, etc., etc., todo aquello en que se metiese la conversación humana tenía que secularizarlo. Dios está intimamente entretejido con la ciencia humana y con toda nuestra historia y conversación y vida, y es preciso destruir al hombre para borrar a Dios de la humanidad. En resumen: que su tarea resultó inmensa, ridicula, imposible. 

Prueba 9: El testimonio de los ateos.

—Lo que son y dicen los ateos nos prueba que hay Dios. Ateo es lo mismo que sin Dios, el que no cree en Dios: 

1.° Hay ateos prácticos, que sin negar la existencia de Dios, viven como si la negasen, y aun dicen que la niegan; pero los más de éstos sólo lo dicen o por ligereza, por no pensar, o por vanidad, por parecerles ser una cosa grande atreverse a negar lo que cree h» humanidad, la generalidad, el vulgo, como ellos dicen, como si fuera lo mismo vulgo que humanidad; y como si ellos muchas veces no fuesen los hombres más vulgares del mundo en ciencia religiosa; porque muchas veces estos incrédulos son unos ignorantes y pedantes y estúpidos, que nada han estudiado de lo que dicen. 

Ateos convencidos, que después de haber estudiado desapasionadamente la cuestión, se persuaden de que Dios no existe, y tengan pruebas de ello claras, por lo menos, tanto como las pruebas evidentes con que se prueba la existencia de Dios, ésos no existen. 

3.° Los más de los ateos, fuera de los que, como Arago, no piensan en nada, y viven en perfecta ignorancia y voluntario abstraimiento del pensamiento de Dios, de ordinario en los trances de la vida, y, sobre todo, en la muerte, manifiestan creer en Dios. 

4.° Por cada argumento que traiga un ateo para no creer en Dios, se le traerá otro mejor al punto para creer en Él. 

5.° Decía Séneca: «Mienten los que niegan la existencia de Dios». Decía Lucrecio, poeta ateo, «que los ateos, cuando se ven en peligro, temen la ira de Dios». Decía Bacón: «No niega la existencia de Dios, sino aquel a quien conviene que Dios no exista». Decía el impío Voltaire: «El ateísmo es el vicio de los tontos; es un error que ha sido inventado en las últimas sucursales del infierno... El ateísmo especulativo es la más necia de las locuras, y el ateísmo práctico el mayor de los crímenes. Él forma, de cada opinión de la impiedad, una furia armada de un sofisma y de un puñal, que hace a los hombres insensatos y crueles». J. J. Rousseau decía: «¿A qué ojos sin prevención no dice el orden del mundo que existe una suprema inteligencia?» Decía Bourguet, cuando se convirtió: «Yo no era ateo, sino porque estaba pervertido...» ¡Y cuántos testimonios como éstos pudiéramos hallar! 

6.° Los peores hombres miran con gusto el ateísmo, y el ateísmo está lleno de hombres perversos. 

7. Los mejores hombres abominan el ateísmo y están lejos de los ateos, y los ateos que son buenos y sinceramente buscan la verdad, llagan a creer en Dios; siendo rectos de corazón, y amantes de la verdad, y estudiosos o consultando con estudiosos, no se puede resistir un mes de ateísmo. 

Prueba 10: El sentido intimo.

—No tengamos esta idea ciega y como irreflexiva de nuestro espíritu, no. Sino que es tan fácil, tan obvia esta verdad, se deduce tan fácilmente de todo lo que nos rodea y nos seduce, brota tan espontáneamente de nuestra vida y de nuestra razón, y cuadra tan bien a los impulsos de nuestro corazón, que casi parece nacer con nosotros, y crecer con nosotros, y acompañarnos en toda nuestra existencia, y compenetrarse con toda ella. Nuestra inteligencia encuentra en esta idea de la existencia de Dios la solución de innumerables misterios de la naturaleza; y sin ella echa de menos la clave de multitud de verdades. Nuestro corazón en las tribulaciones y apreturas de la vida, en los casos apurados, en las grandes tragedias y estremecimientos, en los apuros y catástrofes busca y anhela e invoca a Dios. El deseo de felicidad que tenemos y no se satisface con nada, sólo halla s»u esperanza completa en la existencia de Dios. La amplitud de nuestra razón capaz de estudiar más y más y de sumergirse en lo infinito, busca y espera la solución de todas sus tinieblas en el conocimiento de Dios. El ansia de justicia que todos, aun los malos, sienten, no se explica ni se da por satisfecha si no existe Dios. La virtud y bondad del hombre honrado confían en que agradan a un amabilísimo Señor, que es Dios. En todo lo grande, en todo lo misterioso, en todo lo doloroso, en todo lo heroico, en todo lo sublime, en todo lo admirable, buscamos a Dios, lo suponemos, lo adivinamos detrás de la cortina de este mundo. Si no hubiera Dios, serla la decepción más horrible. Imaginad que no hay Dios, y explicaos después las cosas, y resultará el caos más espantoso. Fingid que no existe Dios y surgirá en vuestro pecho el desequilibrio más desasosegado. Sin Dios falta la clave de todo bienestar para la razón y para el corazón. Todo hombre, para persuadirse de que no hay Dios, tiene que retorcerse los ojos de la razón, hasta bizquear o cegarse, y retorcer el corazón hasta destrozarlo y embrutecerlo. Sólo puede persuadirse de que no hay Dios un hombre que no sabe nada y piensa que sabe.

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