LA VIDA INTERIOR

 Para quienes deseen aprovechar este curso que comienza daremos materia para profundizar en un tema muy interesante pues, recogeremos los pensamientos de grandes misticos como Santa Teresa, san Juan de la Cruz, san Pedro de Alcantara, San Juan de Avila y otros. Los cuales nos llevarán a comprender un poco mas de lo que la gracia de Dios es capaz de operar en nuestras vidas si dejamos que ella actue y perseveramos en el camino que Dios nos encamine con el fruto de la oración.

1.º ¡Las almas están enfermas!– Al decir esto no quiero referirme a esa pobre sociedad que agoniza alejada de Dios, agitada y perpleja entre los dos opuestos extremos del materialismo y del ocultismo. Las incertidumbres, las conmociones y angustias, cada día más agudas, nos revelan la profundidad del mal. Lo que llama mi atención en este momento no es esa sociedad que ha dejado ya de ser cristiana para volver a ser pagana; es, sobre todo, la sociedad cristiana, la que se llama y se cree tal, y que de hecho conserva las apariencias y las prácticas de la vida cristiana. Y dentro de esta sociedad me refiero especialmente a las almas que hacen profesión de piedad, a las que por su estado, por inclinación o por vocación, se entregan a los ejercicios de una vida más religiosa. Las miro y veo un gran número cuya existencia languidece en la tibieza. La anemia de las almas es más alarmante que la de los cuerpos. ¡Pobres almas que viven vacilando, apuntaladas con una multitud de pequeñas prácticas y que nunca llegan a tenerse de pie! ¡Tísicos que temen el aire libre, quienes, sin conocerlo ni advertirlo, se ahogan en la atmósfera tibia de un sentimentalismo enervante! ¡Estómagos condenados a las ligeras salsas de las devociones hueras! ¡Ojos acostumbrados a ver solamente en las obscuridades de libros sin doctrina y de frases sin substancia! ¡Cuántas postraciones y cuántas dolencias! Para verse condenadas a semejante régimen, preciso es realmente que la constitución de estas almas esté singularmente atacada. Muchos piensan que conviene mejorar el régimen; los inteligentes juzgan que lo que hay que mejorar es la constitución. Yo soy de este último sentir, y quisiera, en la medida de mis débiles fuerzas, buscar una luz que nos ayude a dar con el verdadero remedio. 

2.º Falta de substancia.– La piedad padece hoy una enfermedad general: carece de substancia y de fondo; le falta el elemento sólido. ¡Es todo tan superficial en algunas almas... y en algunos libros!... ¿Será que la piedad ha seguido el camino descendente del siglo, o que el siglo ha decaído por haberse debilitado la piedad? No lo sé: tal vez han ocurrido ambas cosas. ¿No sería más exacto afirmar que, habiéndose desvirtuado la sal, ha dejado que la tierra se corrompa? “Vosotros sois la sal de la tierra”: estas palabras, dirigidas a los Apóstoles y a los que tienen participación en su ministerio, pueden también ser aplicadas a las almas superiores que por aquella virtualidad amarga, oculta en la piedad, son llamadas a purificar el mundo y a preservarlo de la corrupción. Y si la sal ha perdido su eficacia, ¿con qué se salará? 

3.º Sentimentalimo.– Sea de esto lo que fuere, el mal es uno mismo en todas partes. De las regiones de la idea y de los principios hemos descendido al fango de las emociones y de los sentidos. En la vida pública lo mismo que en la vida privada, en la vida intelectual como en la vida moral y hasta en la misma vida espiritual se buscan con demasiada frecuencia las emociones y se vive muy fácilmente por los sentidos. La vida tiende a animalizarse y a no ser más que una serie continua de sensaciones. Los caminos profundos del espíritu y del corazón son cada vez más ignorados; el romanticismo va penetrando en todas partes, hasta en la piedad. 

¡Ah, Señor, hasta qué punto el sentimentalismo ha falsificado la piedad! Aficionándose a las exterioridades empalagosas que embellece con las flores más brillantes del misticismo, meciéndose en los enervantes vapores de los sentidos, logra, con sus engañadoras apariencias, ocultar a las almas el vacío absoluto que encubre, de suerte que apenas si se dan cuenta muchas veces de que ya no tienen más que exterioridades de piedad, y de que están muy alejadas de la virtud. El hechizo de la vanidad obscurece el bien verdadero y no deja ver más que la apariencia seductora de la superficie. 

4.° Vida superficial.– Viviendo por los sentidos se vive en lo exterior, no se penetra en lo íntimo del alma. Ésta tiene profundidades insondables. “Dios –se ha dicho– habla en lo hondo del alma. Escuchar allí que es donde la verdad se deja oír y donde se recogen las ideas, ir por medio de la piedad al Maestro interior”, ¿cuántos hay que sepan hacerlo? ¿Cuántos que piensen en esto? ¿Cuántos que, conociendo la vía intelectual por la cual Dios viene a nosotros, salgan a su encuentro sabiendo andar por el interior de su morada, en la inocencia de su corazón?. ¡Cuán poco conocemos nuestro interior! ¡Cuán poco sabemos entrar en él!... A veces ni nos cuidamos de penetrar, y con mucha frecuencia, hasta tenemos miedo de hacerlo. 

Nos contentamos con una mirada somera y superficial, lo bastante para establecer en el exterior una enmienda relativa; pero la purificación profunda del alma, la transformación progresiva de la vida humana en la vida divina, despojarnos del hombre viejo y revestirnos del nuevo, todo este trabajo de las profundidades del alma lo ignoramos casi por completo y dejamos que toda clase de miserias invadan esas profundidades. El buscarnos en todo a nosotros mismos, que es el resumen de todos los vicios del hombre y la causa de todas sus faltas, se acomoda muy bien con este sentimentalismo superficial. ¡Es tan agradable estar contento de sí mismo... y de Dios!... Y hallándonos a gusto en este Tabor, ¿por qué no hemos de hacer en él tres tiendas?. Sí, pero en ellas no se alojarán ni Jesús ni Moisés ni Elías, En ellas únicamente se alojará, en compañía de la piedad sensible, una virtud tibia, y tal vez la sensualidad y el orgullo. 

5.º Ignorancia de las profundidades.– No es éste el lugar que Dios ha designado para campo de las ascensiones del corazón; las ascensiones del corazón parten de punto más profundo, se levantan del valle de lágrimas. Y aquí, en estas profundidades, está la lucha, está el dolor. Es preciso arrancar de raíz ese egoísmo personal, ese amor de sí mismo que tan vivo está y que tan profundamente ha arraigado en nuestro corazón. El trabajo es rudo y los goces escasos, al menos para los sentidos. Pero hay en esta lucha goces más verdaderos y más completos. Dios mismo se asocia a este trabajo y comunica al trabajador el gozo de su presencia, y por esto es bienaventurado, según lo dice el sagrado texto. 

Pero los sentidos ignoran estos goces; no ven más que las lágrimas y el dolor, el trabajo penoso de la ascensión y la lucha; por eso, instintivamente, temen las profundidades donde este trabajo se realiza. ¡Es tan fácil ilusionarse cuando, por una parte, se experimentan sin gran dificultad gozos que se creen muy puros, y por otra se ven combates que no se estiman necesarios!... 

Por eso abundan los pretextos para dar preferencia a los goces inmediatos y fáciles de la superficie, y rehuir el trabajo y la lucha de las profundidades. 

Y así acontece lo que dice San Juan de la Cruz: “Porque es cosa cierta que por el poco saber de algunos, se sirven de las cosas espirituales sólo para la satisfacción de los sentidos, dejando al espíritu vacío, que apenas habrá a quien el jugo sensual no le estrague buena parte del espíritu, bebiéndose el agua antes que llegue al espíritu, dejándole seco y vacío”

6.º Piedad exterior.– Viviendo en la superficie del alma se vive también en la superficie de las cosas; porque el hombre que no sabe penetrar en el fondo de su alma, tampoco sabe penetrar las profundidades de las cosas. Se ocupa sólo en lo exterior y sólo da importancia a las pequeñeces. Así, en los deberes y en las obligaciones, pone su cuidado en la letra más que en el espíritu, en la corteza más que en la savia, en el cuerpo más que en el alma. Sabe que tales y cuales pormenores están prescritos, y tales otros prohibidos. Ve la parte externa de la ley, el hecho material de la prescripción, y esto es lo único a que concede alguna importancia. No ve su aspecto interno, la razón, el fin de la prescripción, el espíritu de la ley, y procura, con una fidelidad externa y mecánica, observar materialmente la letra que ve y que mata, sin atender al espíritu que vivificaría y que no ve. 

Pocos son los que se preguntan a qué necesidades profundas responden las prácticas impuestas por la ley o introducidas por la costumbre. Los motivos fundamentales ya no se conocen. Hay necesidad, sobre todo, de agitación por fuera, de sensaciones en la superficie, y no encontrando esto en la ley, se va a buscarlo en prácticas artificiales, propias para conmover. Entre tanto, para lo que es de obligación, nos contentamos con poner cuidado en lo material y externo, lo cual, en verdad, cuesta menos. “El espíritu se queda en lo que es secundario, en la mera palabra, y no penetra verdaderamente en la región profunda del pensamiento. Por falta de piedad el espíritu no va, ni de la palabra a la idea ni de la idea al alma, y menos todavía del alma a Dios”. Y de esta suerte, un alma cuya fidelidad a las prácticas externas apenas deja que desear, no adelanta porque no penetra en el interior donde bebería la vida: es a manera de autómata, cuyos movimientos están determinados, pero que son siempre los mismos. Esto es el materialismo en la piedad. 

7.° Rebajamiento de las almas.– Atada a las prácticas exteriores el alma no puede volar. Está aprisionada, encadenada, embotada. Viendo las cosas por su aspecto mezquino se achica y se contrae. Las prácticas pequeñas hacen a las almas pequeñas porque el alma llega siempre a adquirir las proporciones de las cosas a las cuales se apega. Me hago pequeño si me apego a cosas pequeñas, o mejor dicho, si miro las cosas por su lado pequeño; porque las cosas pequeñas miradas por otro lado son grandes, así como las grandes consideradas a otra luz son pequeñas. 

Hay almas que no saben aficionarse sino al lado pequeño, lo mismo en las cosas grandes que en las menudas, y así se hacen enteramente mezquinas y estrechas. Otras, por el contrario, lo mismo en las cosas pequeñas que en las grandes, ven siempre su aspecto grande, al cual se aficionan, dilatándose sin cesar. 

En la piedad, como en todas las demás cosas, lo exterior es el lado pequeño. Desde el momento en que le doy principal importancia, todo se marchita en mí, todo se hace mezquino; mi horizonte espiritual se achica y me hago esclavo de pequeñeces que no me dejan expansionarme. Estimo que algunas infidelidades exteriores matan la piedad; es verdad, matan la mía que es toda exterior. Así, si soy fiel a mis pequeñas prácticas, quedo en ellas preso y encadenado; si las dejo, no me queda nada. Esto enseña la experiencia de todos los días. He aquí por qué se ven tantas pobres almas que andan yendo y viniendo sin cesar, como una lanzadera, volviendo a empezar sus prácticas, abandonándolas luego poco a poco, tornando a ellas de nuevo para dejarlas después otra vez.

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