CIEN AÑOS DE MODERNISMO (12)

2. El sofisma de las «dos verdades» de Siger 

La integración de Aristóteles en la cristiandad debía toparse con opositores encarnizados. Los agustinianos lanzaban anatemas contra aquel intruso que se presentaba con resabios de panteísmo y paganismo. Seguían a un san Agustín estrecho: una teología eminentemente espiritual y sublime, perdida en Dios, pero divorciada de los conocimientos terrenos. Su filosofía, inspirada en Platón, era más angélica que humana, y más fundada en las ideas que en la realidad. Esos agustinianos presentaban sus construcciones teológicas al igual que ciertos arquitectos audaces, que elevan pilares demasiado altos y delgados: creaban una teología sublime antes de apuntalar sus fundamentos racionales. Detentaban la autoridad en París, pero la sabiduría de la filosofía eterna que fluía a mares de los escritos de Aristóteles no podía quedar escondida bajo el celemín y, tarde o temprano, tendría que imponerse a los escolásticos. El tiempo y la curiosidad intelectual de los medievales iban a ganar el pleito contra los agustinianos, aun cuando tuvieran de su lado a hombres como el arzobispo de París, que fulminó anatemas contra las teorías tomistas.

En este proceso de integración se inserta el episodio del revoltoso Siger de Brabante. Siger, siguiendo al pie de la letra al Aristóteles de los comentadores impregnados de panteísmo, llegó a enseñar graves errores dogmáticos en sus cursos de París. Aristóteles es la sabiduría natural indiscutible. La fe revela la verdad sobrenatural, también indiscutible. Ambas tienen derecho a ocupar un lugar en el mundo, pero ¿cómo? Fijándole a cada una un límite: la fe está a salvo en su propia esfera, y la verdad filosófica en la suya. Siger establecía el divorcio entre los dos órdenes del conocimiento, entre la razón y la fe, entre el laboratorio y la oratoria. Chesterton, en su biografía del Buey mudo, explica en un estilo inimitable la dramática crisis de esa lucha cuerpo a cuerpo entre ambas doctrinas: 

«El demonio es el simio de Dios. La falsedad nunca es tan falsa como cuando es casi, casi verdad. La conciencia cristiana nunca grita tanto de dolor como cuando el puñal llega hasta el nervio de la verdad… Siger de Brabante se levantó y dijo algo tan semejante y tan horriblemente desemejante [a lo que dijo santo Tomás] que (como el Anticristo) pudo haber engañado hasta a los mismos elegidos. Siger de Brabante habló así: la Iglesia no se equivoca teológicamente pero puede estar en el error científicamente. Hay dos verdades: la verdad del mundo sobrenatural y la verdad del mundo natural, verdad ésta que contradice al mundo sobrenatural. Mientras procedemos como naturalistas, podemos suponer que el cristianismo carece de sentido; pero cuando recordamos que somos cristianos, tenemos que admitir que el cristianismo es verdad, aun cuando carezca de sentido. En otras palabras, Siger de Brabante partió en dos la cabeza humana, como en el golpe de la antigua leyenda de la Canción de Rolando, y declaró que el hombre tiene dos mentes: con una de ellas tiene que creer de todo corazón, y con la otra descreer profundamente. A muchos esto les parecerá por lo menos una parodia del tomismo. De hecho era el asesinato del tomismo. No se trataba de dos maneras de encontrar la misma verdad; se trataba de una manera no verdadera de pretender que hay dos verdades… Los que se quejan por la sutileza de las distinciones teológicas encontrarán aquí el mejor ejemplo de su impericia. En la práctica una buena y sutil distinción puede llegar a ser una llana contradicción. Y así ocurría en este caso» 1. 

Santo Tomás aceptaba de buena gana la existencia de dos caminos para hallar la única verdad, precisamente porque estaba seguro de que había una sola verdad. Puesto que la fe es la verdad absoluta, no hay nada en la naturaleza que pueda contradecir a la fe. Es cierto que se trataba de una confianza total en la realidad de la religión. Con su lógica concisa, el santo se levantó con todas sus fuerzas contra aquella parodia sigeriana de la verdad: 

«Aún es más grave lo que [Siger] dice luego: “Por la razón concluyo necesariamente que la inteligencia es numéricamente una sola [para todos los hombres], pero por la fe mantengo firmemente lo contrario”. Así pues, concede que la fe tiene por objeto cosas de las que podría concluirse necesariamente lo contrario. Ahora bien, como no se puede concluir necesariamente más que la verdad necesaria, cuyo opuesto es la falsedad imposible, resulta que, según su dicho, la fe tiene por objeto a la falsedad imposible, que ni el mismo Dios puede hacer. Y eso es algo que los oídos de los fieles no pueden soportar» 2. 

No se podía refutar mejor esa «doble verdad» abierta a la contradicción, ni se puede defender mejor que la verdad es una, que el Dios de Moisés es al mismo tiempo el Creador del cielo y de la tierra, y que el Verbo encarnado que multiplicó los panes es el mismo que hace crecer las espigas de trigo. 

La disputa que Siger de Brabante y santo Tomás de Aquino sostuvieron en la Universidad de París no fue una simple discusión bizantina, pues se refería a lo más profundo de la verdad cristiana. Para un cristiano, la razón es parte esencial de la fe desde el principio al fin. Y es que, en primer lugar, el juicio de fe, como todo juicio humano, debe ser provocado por motivos racionales; por lo cual el santo Doctor dijo que no se creería si no se viera que es necesario creer. Por eso nuestra religión es la única que se dirige al hombre en cuanto hombre, al hombre que piensa por su razón y que se niega a creer a ciegas en algo de lo que no tiene ninguna evidencia. La religión cristiana eleva los ojos al cielo y guarda los pies en la tierra. Para Siger y sus adeptos, al contrario, la religión era un salto al absurdo, un disparo al azar con muchas probabilidades de errar en el blanco. En segundo lugar, no puede haber desarrollo del dogma si la luz de la razón no ilustra y explica los artículos de fe. Nuestra religión pretende conocer al único Dios verdadero, autor de la naturaleza y de la gracia, mediante la razón íntimamente unida a la fe. Por eso está siempre dispuesta a someterse a la prueba de las más rigurosas tesis filosóficas y científicas, porque sabe que Dios no se contradice. La teología tomista es eminentemente científica, en el sentido de que la razón demuestra rigurosamente las conclusiones teológicas fundadas en la fe. En cambio, la teología de Siger, al no ser una ciencia estricta, se convierte a la larga en un discurso sentimental y cargado de imágenes, sacado de una Revelación carismática y fundada en las emociones. 

El divorcio que Siger estableció conduce al fideísmo, esencialmente irracional, que encontramos luego en la fe ciega de Lutero y en la fe sentimental de Kant. Todos los modernistas hicieron profesión de fideísmo: Loisy opuso el Cristo histórico al Cristo de la fe; Tyrrell dijo que lo que es falso especulativamente (según la razón) puede ser verdad en la práctica (según la fe). Este fideísmo, que niega al hombre el uso de su razón, es una caricatura de la verdad. Este fideísmo, al pretender que la fe en Dios puede ser absurda bajo pretexto de que Dios es misterioso, es el remedo modernista de la fe católica. 

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1 Gilbert Keith Chesterton, Saint Thomas Aquinas, pp. 106-108. 
2 De unitate intellectus contra Averroistas, circa finem, en Ramírez, De fide divina, p. 108; cf. Vaticano I, Dei Filius, cap. 4.

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