CIEN AÑOS DE MODERNISMO (35)

4. ¿Evolución o revolución? 

Para concluir nuestro estudio del modernismo protestante, nos falta sobre todo confrontarlo con los fundamentos de la cultura cristiana; sólo después podremos elaborar por fin un primer intento de definición del modernismo. Al igual que hemos hecho con el cristianismo auténtico, vamos a dividir nuestro tema comparando los principios de unidad, y luego las consecuencias que se desprenden de ellos en materia de verdad y de unidad. 
¿Puede haber algún punto común en los principios fundamentales que gobiernan el conjunto de la teología católica y de la teología modernista protestante? ¿Hay comunión de ideas, o divorcio en los puntos esenciales? Desde una perspectiva realista, lo que nos lleva a creer es la fidelidad a lo que es. Vemos que debemos creer por motivos racionales y fundados en los hechos y en las cosas. Desde una perspectiva egologista, en cambio, los hechos no tienen nada que ver con la religión. Para Lutero, la voluntad es el principio de toda su fe: «Así lo quiero, así lo ordeno, que la voluntad sirva de razón». ¿No profesa Kant el libre examen cuando dice que ha destruido la razón para dar paso a la fe, cuando afirma que el único Dios que conocemos es el Dios dentro de nosotros? Strauss sigue la línea de sus maestros cuando, al quitar todo fundamento histórico a la fe cristiana, califica de mítica la persona y los actos de Cristo en los relatos evangélicos. Con Schleiermacher ocurre lo mismo, puesto que la religión sale de la conciencia y se define como el sentimiento de dependencia al universo, considerado como un Gran Todo. La realidad tiene tan poco ascendiente en su teología que, según él, esta última no perdería nada de su fuerza aunque no hubiese vida futura. Ahora bien, esta postura es revolucionaria, ni más ni menos. Es, como Kant la describe perfectamente, la revolución copernicana. Del objeto real concreto, el centro de gravedad del conocimiento pasa al sujeto pensante en abstracto, sin contacto con lo único que podría darle forma. En lo sucesivo, el hombre pensante navega a merced de sus sueños, más reales e importantes que la realidad misma. El kantiano es el precursor de la realidad virtual. Pretende cortar las ataduras con el mundo concreto y construir su propio mundo por medio de un acto de voluntad que desafía a la creación y a su Autor. Las consecuencias en materia de verdad en general, y de religión en particular, son evidentes. Cada uno fabrica su verdad según su conveniencia, y cada uno es libre de juzgar y creer lo que quiera, puesto que la verdad y la fe son productos de la voluntad y del capricho del hombre.
La verdad, en el terreno católico, es la conformidad del pensamiento con la realidad. La verdad, según una perspectiva de la conciencia, se vuelve prisionera de sus ideas. Lutero condena a la Sorbona por haber definido que si algo es verdad, lo es tanto para la filosofía como para la teología. De hecho, condena a la misma razón como directamente contraria a la fe. Su libre examen hace que la verdad dependa de la libertad humana antes que de los hechos que se imponen a nosotros. Del mismo modo, Kant aboga por la verdad emancipada de la realidad, al definirla como la simple coherencia de las ideas. En realidad, va más lejos y admite la posibilidad de la contradicción. Strauss, contra toda verosimilitud, sostiene la «verdad» de lo que califica como mítico. Proclama abiertamente que el nacimiento sobrenatural de Cristo, sus milagros, su resurrección y su ascensión a los cielos, siguen siendo verdades eternas, por más que la realidad de las cosas en cuanto hechos históricos se vea sometida a dudas. Schleiermacher es el que aplica este principio de la manera más general. Para él, la única verdad que existe es de orden místico y sentimental. Dios no es una verdad demostrable por razonamiento lógico; sólo se lo percibe y existe a través de la emoción religiosa. Esto era exactamente lo que pensaba Kant, para quien Dios no era más que una quimera, incapaz de enviar a nadie al cielo o al infierno. 
Desde un punto de vista realista, la verdad siempre es concreta y particular y, por consiguiente, exclusiva y absoluta en sí misma. ¿En qué se convierte la verdad en la perspectiva egologista? Por haber soltado las amarras para liberarse de la realidad, la verdad egologista de los protestantes va a la deriva, sujeta como está al cambio y a la contradicción. Lutero abre el camino. Pasa rápidamente de la libertad absoluta en materia de fe a la condenación de los anabaptistas que niegan su autoridad. Para Kant, la única religión que puede lograr la paz es la que reúne a la humanidad entera, entidad abstracta, bajo la égida de un Dios también abstracto. Apela a Lutero para aliviar a las Iglesias protestantes del peso de su credo. Schleiermacher, por su lado, ve en el dogma el símbolo de la experiencia religiosa que varía según el humor de cada uno. Su sucesor, Ritschl, funda la Iglesia del equívoco, reunida alrededor de las palabras de un credo vaciado de todo contenido. 
Es difícil negar que la ambigüedad de las fórmulas dogmáticas no esté en la lógica del libre examen y de la religión del corazón que ha renunciado a toda autoridad exterior al hombre. ¿En qué puede terminar todo esto, sino en el más completo escepticismo? Creer que todas las religiones son más o menos verdaderas a pesar de sus contradicciones, ¿no es confesar implícitamente que son tan falsas unas como otras? El libre examen, elevado a la categoría de principio supremo de la fe, conduce directamente a la indiferencia y al desprecio de la religión. 
Otra consecuencia se refiere a la cuestión ecuménica. También ahí es innegable la discrepancia entre la cultura católica y la protestante. Según la perspectiva católica, todo el esfuerzo por la unidad consiste siempre en conformarse con la realidad, con los hechos históricos de la Revelación y con la teología única que es su rigurosa consecuencia. Quien pensara intentar una unión sobre otra base que no fuera la de la verdad y de los hechos, sería tratado de loco. Según la perspectiva protestante de la conciencia, la búsqueda de la unidad prevalece sobre la de la verdad. Y en eso los protestantes enfrentan un problema desconocido hasta el momento. ¿Cómo reintegrar a los que adhieren al principio de desintegración que es el libre examen, la Carta Magna de la Reforma? Los protestantes actúan como aquellos que, después de haber quebrado deliberadamente un vaso, tratan de volver a pegar los pedazos. Pero es difícil conciliar a los contestatarios cuando sólo están de acuerdo en la contestación. La unidad de los protestantes no puede hacerse más que por encima de sus diferencias, por encima de la verdad de las cosas y de los hechos negados por la crítica de Kant, y por encima de la Revelación histórica negada por Strauss y Harnack. En esto, Schleiermacher da la versión más acabada del ecumenismo. Para él, las creencias de la humanidad entera se ven unificadas, no por un dogma común dentro de las religiones, sino más bien por un impulso común detrás de ellas, el sentimiento de dependencia del hombre frente al Dios que existe en el fondo de la conciencia. 
¿Cómo describir el modernismo que nos ofrece sobre todo Schleiermacher, siguiendo a Kant y a Lutero? No es un sistema de pensamiento enfrentado a otro sistema; es la disolución misma del pensamiento. Es la destrucción de todo sistema, la negación de todo principio establecido como tal. No es una Iglesia moderna luterana construida frente a una Iglesia católica. En su fase más madura —el credo maleable de Schleiermacher y la Iglesia fantasma de Ritschl—, esta Iglesia se presenta de hecho como la desintegración de toda Iglesia y de toda religión. La religión de los protestantes modernistas hace girar todas las cosas alrededor de la conciencia humana, fuente del ser, de la verdad, de la Revelación y de la divinidad en lo más recóndito del hombre. Basados en estas conclusiones, estamos ya en condiciones de dar por adelantado una definición sumaria del modernismo, que en caso dado podrán corregir o mejorar las épocas siguientes. El modernismo —o al menos el de los protestantes— se presenta como un sistema de pensamiento ignorantista, egologista y revolucionista que profesa una filosofía sin ser y una Revelación sin fundamento histórico, para concluir en una teología sin Dios.

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