CIEN AÑOS DE MODERNISMO (37)

La filosofía evolutiva de Bergson

Hemos asistido, en la sección del modernismo protestante, al ataque masivo de los ilustres sabios alemanes contra la filosofía eterna que, fiel al sentido común, afirma que las cosas existen y que nosotros las conocemos. Al principio, Descartes coloca los fundamentos de la filosofía moderna con su cogito subjetivo. Luego, Kant niega a la inteligencia el acceso a la realidad exterior y da una nueva definición de la verdad: la conformidad del espíritu consigo mismo. El hombre es una torre de marfil sin puertas ni ventanas. Para hacerse la ilusión de salir de esa prisión idealista, establece el yo como punto de partida de la nueva filosofía de la acción moral. Dios y la libertad sólo existen porque son útiles. Hegel lleva al extremo el panorama kantiano con su evolucionismo panteísta en el que todo se convierte en todo. El ser-nada, por una serie de oposiciones y síntesis, se transforma en el cerebro humano que se convierte en Dios al tomar conciencia de su propia divinidad. 
El mismo idealismo fundamental impregna, conscientemente o no, toda la filosofía modernista. Un nuevo nombre aparece en el horizonte filosófico, esta vez en Francia, en la persona de Bergson. Aunque él no es católico, sí lo es Le Roy, su alumno y sucesor en el Colegio de Francia, y también Blondel, el filósofo apologista. Después de su biografía y de un sucinto resumen de su doctrina, veremos en qué se mantiene fiel a los principios que eran el talón de Aquiles del kantismo: el revolucionismo, el ignorantismo y el egologismo. Sobre este último punto pondremos especial interés en el método de inmanencia de Blondel. 

1. Vida y doctrina de Bergson 

Nacido en París, en una familia judía de origen extranjero, Henri Bergson (1859-1941) manifiesta una gran predisposición por las matemáticas, pero opta por la filosofía. Alumno de Ollé-Laprune y de Boutroux, enseña en Angers y en Clermont antes de radicarse en París. Se dedica entonces a madurar su sistema, desarrollando el evolucionismo de Spencer. Enseña en el Colegio de Francia desde 1901 y se convierte en el profesor preferido de la juventud, que se entusiasma tanto por la profundidad de sus enseñanzas como por su maestría en el uso de la lengua francesa. Presenta una doctrina que pretende liberar a las almas del cientificismo y del materialismo que reinaban en Francia, mezclada con una profunda admiración por los grandes místicos católicos. Su principal obra filosófica es La evolución creadora, publicada en 1907, fruto de largos años de enseñanza, y que tuvo gran influencia entre los modernistas de entonces 1. Es nombrado presidente de la Comisión intelectual de la Sociedad de las Naciones y recibe el premio Nobel de Literatura en 1928. Su último libro, Las dos fuentes de la moral y de la religión (1932), revela las preocupaciones morales y religiosas de sus últimos años. En esta obra establece la existencia y la naturaleza de Dios por medio de la intuición mística. Tiene intención de convertirse al catolicismo, pero al último momento renuncia a esa pretensión para no traicionar la causa de los judíos, que eran perseguidos en ese entonces.
El sistema filosófico de Bergson depende de las corrientes contemporáneas, Kant y Comte, Spencer y Darwin. Frente al racionalismo alemán y al determinismo materialista que dominaba en Francia, Bergson ofrece un camino para salir de esa cárcel asfixiante y carente de libertad. Para ello establece una filosofía espiritualista que pueda explicar la evolución biológica tomando distancia del racionalismo kantiano y del materialismo spenceriano. Si hacemos abstracción del existencialismo, radicalmente antisistemático, podemos decir con los historiadores que el bergsonismo es el último gran sistema moderno de filosofía. 
Este sistema se funda en un principio original y universal, la evolución. Se puede formular así: lo real no es el ser estable que conoce la inteligencia, sino el puro cambio, en el que la intuición descubre la explicación de todas las cosas. Bergson es un psicólogo nato y comienza por analizar el yo humano. Ahora bien, el hombre, al reflexionar sobre sí mismo, adquiere un conocimiento íntimo de sí mismo por intuición natural. Ahí encuentra lo que busca, una facultad de conocimiento capaz de preservar la metafísica. Si con Kant admite que la inteligencia no puede conocer el absoluto de las cosas, en contra de Kant afirma que ese absoluto metafísico puede ser conocido por una facultad o método original, la intuición adivinadora. La llama indiferentemente imaginación, emoción creadora o simpatía intelectual. Los términos para describirla, como suele ser su caso, son más poéticos que filosóficos. Esa simpatía vital da intuiciones del objeto que se desvanecen. Brota, de algún modo, de la flexión de la voluntad sobre sí misma 2. Permite transportarse al interior del objeto para dar con lo que tiene de único e inexpresable. La simpatía guarda cierta analogía con el modo como los místicos logran la intuición sobrenatural de la presencia de Dios en ellos. Es también el modo como el poeta siente las cosas y vibra al unísono con el ser de las mismas, como si estuviera en ellas.
Después de descubrir la facultad filosófica por excelencia, Bergson le pone delante su objeto filosófico, la realidad. A una facultad original corresponde un objeto original. A la intuición vital corresponde el impulso vital. Porque el absoluto, la única realidad posible, es el puro cambio. Todo cambia, nada permanece igual a sí mismo, y nada es distinto de nada. Ese cambio es a la vez duración, impulso vital y conciencia de sí. Y es que, al observar el universo, Bergson comprueba que todo sucede como si una enorme corriente de conciencia, un impulso vital, hubiera sido arrojada a través de la materia para organizarla. La materia sola es descenso, psíquica invertida, impulso vital en regresión. Necesita una fuerza progresiva. El impulso vital da cuenta de la evolución del mundo mejor que cualquier otra explicación mecanicista y materialista de los evolucionistas anteriores. Todo se explica en el universo si se admite la vida como única realidad, no ya fija en los moldes de las especies y naturalezas, sino progresiva e inventiva, abierta e imprevisible, avanzando por medio de creaciones sucesivas gracias al impulso vital. Ese impulso vital, esa enorme corriente de conciencia, es el absoluto, el acto simple y la fuerza que sintetiza el universo, y puede definirse como Dios. Así, al captar el impulso vital, la duración, el movimiento en sí y la conciencia —para Bergson todos estos términos son sinónimos—, se puede tener la seguridad de alcanzar el absoluto del mundo por medio de la intuición adivinadora. 
A esa doble estructura, psicológica y física, Bergson le suma un nivel superior, abordando el problema de la moral y la religión. Se puede considerar a cada una de ellas desde dos puntos de vista diferentes. Según el punto de vista cerrado y estático, la moral 
está dominada por el conformismo con el deber y el ritualismo fijo. La religión se caracteriza en ese caso por el egoísmo y la fabulación, que incitan a inventar todos los mitos y ritos necesarios para conservar la cohesión social. Desde el punto de visto abierto y dinámico, tenemos la moral del héroe y del santo, la de la fraternidad y los derechos del hombre. También tenemos entonces la religión de los profetas y de Cristo, de la que nace el impulso místico y caritativo gracias al contacto con el impulso vital mismo. 
En resumen, el sistema de Bergson se presenta como una teoría que permite explicar lo más recóndito del universo en función del hombre. Descubre, en todos los niveles que estudia, un dualismo omnipresente: el conocimiento intelectual y el intuitivo, el mundo de la materia y el del impulso vital, la moral y religión estáticas y las dinámicas. Sin rechazar el aspecto demasiado material y estático de las cosas, lo incluye por entero en el aspecto vital y dinámico y, por lo tanto, más real, de las cosas. No es de extrañar que los historiadores consideren el bergsonismo como un sistema coherente y unificado alrededor del principio supremo de la evolución creadora. Como tal, se encuentra en realidad mucho más cerca de los existencialistas antiintelectualistas que de los idealistas intelectualistas. Tiene más parentesco con Sartre que con Kant, y con Heidegger que con Hegel. 
Después de este breve esbozo, no nos costará demostrar que, aunque los principios difieran de los que profesan los idealistas, las conclusiones son idénticas en su conjunto. En efecto, en Bergson el ignorantismo se traduce como simpatía intelectual, el egologismo como conciencia de sí, y el revolucionismo como puro cambio. Como la evolución es para Bergson el principio supremo, lo más sencillo será abordar el aspecto revolucionista antes de tratar su ignorantismo agnóstico. Respecto de la cuestión egologista, veremos sobre todo el método apologético de inmanencia desarrollado por Blondel, pues Bergson no aporta ni suprime nada a sus predecesores. 

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