CIEN AÑOS DE MODERNISMO (51)

Balance del modernismo «católico»

Antes de cerrar este estudio del modernismo en terreno católico, es importante, como para el modernismo protestante, hacer un balance. Después de un resumen de los personajes más representativos de la época, podremos descubrir la progresión realizada desde el tiempo del protestantismo. Luego deberemos reunir los principios fundamentales comunes para determinar si el modernismo se presenta como una simple evolución de las ideas o como una revolución anticatólica. Terminaremos con una comparación entre las reacciones romanas y las de las autoridades protestantes. 

1. Resumen de los autores En filosofía, 

Bergson y Le Roy introducen algunas novedades en la filosofía moderna, pues dan inicio al giro hacia lo irracional, que es el atributo propio del existencialismo, el cual aparece en el período de entreguerras. Sin renunciar al principio kantiano de la crítica pura, se pone el acento sobre todo en el aspecto de la evolución. Es la evolución creadora en la que todo, el ser, la creación y el Creador, se desvanece en un flujo perpetuo sin esencia ni consistencia. El conocimiento es tan sólo un mito, y se define como la emoción y la simpatía creadora que brota de las profundidades del subconsciente. Todo, según Bergson, brota del yo personal. Pero las consecuencias lógicas de esos principios son desastrosas: Blondel, en su apología de la inmanencia, define la verdad como la conformidad del pensamiento con la vida; lo divino, el dogma y el orden sobrenatural salen por entero del hombre. Loisy, exegeta de pura cepa, se consagra a la crítica «pura», liberada de las trabas de la cultura cristiana, realista y sobrenatural. Se dedica a explicar el Evangelio según los postulados de la filosofía moderna. En particular, se apropia de los dos principios kantianos, el ignorantismo y el egologismo. Como ignorantista negador de la cosa en sí, Loisy reduce el Cristo histórico a lo mínimo estricto. Como egologista, hace salir al «Cristo de la fe» de la conciencia de los primeros discípulos y de la comunidad primitiva. Esos dos Cristos fundan dos ciclos, el ciclo prepascual y el ciclo pascual, es decir, el ciclo de los hechos históricos transmitidos por el Evangelio depurado de todo lo sobrenatural, y el ciclo de la creencia en la resurrección de Jesucristo transmitido por la comunidad que fundó la Iglesia. Marcada por esa división de Cristo que opone el Evangelio a la Iglesia, la crítica protestante había hecho pronto su elección. Había renunciado a la Iglesia para quedarse sólo con el Evangelio. Loisy ofrece otra solución, que sigue el modelo hegeliano. Consiste en lograr la fusión de los contrarios según la ley del desarrollo y de la vida, propia de los seres vivos. Así, explica que los dos Cristos, a pesar de ser contrarios, se unen en el movimiento vital de la evolución de toda la Iglesia, del culto y de los dogmas. De ahí concluye que, así como el Evangelio fue sometido a nuevo examen y se transformó para dar nacimiento a la Iglesia, así también la Iglesia debe transformarse radicalmente hoy en día. 
Tyrrell, en Inglaterra, representa perfectamente la teología modernista en su forma más acabada en tiempos de san Pío X. En simbiosis perfecta con La evolución creadora de Bergson y El Evangelio y la Iglesia de Loisy, en su obra maestra Entre Escila y Caribdis, este jesuita explica cómo deslizarse entre el doble escollo del dogmatismo católico y del utilitarismo filosófico. Hay que seguir el camino de un cristianismo esencialmente místico, egologista y simbolista. La Revelación es una experiencia emocionante que se vive en el seno de la conciencia. La religión es el fruto de esa sed mística de sentir a Dios en nosotros. Con semejantes bases, las formulaciones dogmáticas sólo son símbolos de la experiencia individual de Dios dentro de sí mismo, variables según las diferentes revelaciones. Como para Strauss, el Cristo tyrrelliano es la humanidad entera autodivinizada, y la Iglesia es la conciencia colectiva y viva del Pueblo de Dios, único sujeto realmente infalible. La Iglesia de sus sueños es una escuela de la caridad, una manera de vivir más que un sistema fundado sobre una Revelación y una doctrina concreta. Se parece más a una comunidad budista que a una sociedad constituida con un credo sustancialmente idéntico. 

2. La identidad de los principios entre los modernistas protestantes y los «católicos» 

Aunque subsistan las variantes entre las escuelas, es innegable que, en los puntos neurálgicos, la melodía sigue siendo la misma. Los defensores de la «nueva» escuela no niegan de dónde han sacado sus principios devastadores: de Kant y de Hegel. Profesan abiertamente la filosofía antirrealista con su trilogía característica: ignorantismo, egologismo, revolucionismo. 
Todos hacen profesión más o menos abierta de agnosticismo ignorantista. Los bergsonianos son explícitos, ya que niegan que las cosas tengan una naturaleza y que la inteligencia pueda conocer la realidad. 

«¿Hay verdades eternas y necesarias? Es dudoso. Axiomas y categorías, formas del entendimiento o de la sensibilidad: todo eso cambia y evoluciona; el espíritu humano es plástico y puede cambiar sus deseos más íntimos» (1). «Nos encontramos en esas regiones de crepúsculo y de sueño donde se elabora nuestro yo, de donde brota la marea que se encuentra en nuestro interior, en la intimidad tibia y secreta de las tinieblas fecundas donde se estremece nuestra vida naciente. Las distinciones han desaparecido. La palabra ya no vale. Se oye brotar misteriosamente las fuentes de la conciencia» (2). «¿Qué es el cambio, sino una sucesión perpetua de cosas contradictorias que se funden… en las profundidades supralógicas?» (3).

Si los filósofos sienten tanto desprecio por la inteligencia, Loisy, formado en la crítica kantiana, va a sacar las conclusiones pertinentes en materia bíblica. Piensa que la fe supone tres postulados que ya no pueden sostenerse ante las ciencias modernas. El postulado teológico declaraba que Dios y la creación eran conceptos que nunca habían cambiado ni cambiarían jamás —«por supuesto, esos autores no habían previsto a Darwin»— (4). El postulado mesiánico pretendía que Cristo y la Iglesia habían sido anunciados en el Antiguo Testamento. Por último, el postulado eclesiológico aseguraba que la Iglesia, junto con su jerarquía, sus sacramentos y sus dogmas, había sido instituida directamente por Jesucristo. Loisy quería ayudar a la Iglesia a adaptar esos tres postulados a las leyes del desarrollo histórico, mucho más satisfactorio que cualquier sarta de milagros. Tyrrell va a remolque de sus maestros. Ya siendo joven rezaba como un escéptico: 

«Dios mío (si es que hay un Dios), salva mi alma (si es que tengo alma)».

En la edad madura, sus ideas son las mismas:

«Lo que la fórmula de fe dice suele ser completamente falso, pero la verdad a la que apunta es revelada, y sólo a esta verdad debemos nuestra adhesión» (5).

Los modernistas sustituyen la sumisión a la realidad por el egologismo, en el que la inteligencia, prisionera, se convierte en pura imaginación y simpatía. La libertad sirve de regla al hombre y prepara el camino a la egolatría de los existencialistas. Éste es el punto de partida del método inmanentista de Blondel. 

«Hay una noción que el pensamiento moderno, con una susceptibilidad celosa, considera como la condición misma de la filosofía: es la noción de inmanencia, es decir, que nada puede entrar en el hombre que no salga de él y no corresponda, de alguna forma, a una necesidad de expansión; y que, ni como hecho histórico, ni como enseñanza tradicional, ni como obligación impuesta desde fuera, no hay para él verdad que cuente y precepto admisible que no sea, de alguna manera, autónomo y autóctono» (6).

Loisy hace la misma profesión de egologismo, del cual surge toda la religión. 

«La cuestión que hay en el fondo del problema religioso actualmente… es saber si el universo es inerte, vacío, sordo, sin alma y sin entrañas, y si la conciencia del hombre no encuentra un eco más real y verdadero que en sí misma. Para decidirse por el sí o por el no, no hay prueba que podamos llamar perentoria» (7).

Ésa es también la postura filosófica de Tyrrell, aplicada tal cual a la teología. 

«Jesús fue el primero en demostrar que el hombre no era un esclavo sometido a un Dios exterior, sino un hombre que podía designarse como Dios, en el que Dios se revelaba como una fuerza misteriosa y trascendente. Ese elemento divino en el hombre es lo que le da al hombre su personalidad» (8).

La revolución permanente es la señal de la filosofía del impulso vital y de La evolución creadora, sin ser y sobre todo sin el Ser. 

«La verdad es que, si el lenguaje se amoldara a la realidad, no diríamos que el niño se hace hombre, sino que hay un cambio de niño a hombre… El cambio es un sujeto. Pasa a primer plano. Es la realidad misma» (9). «Para nosotros, Dios no es, sino que se hace. Su cambio es nuestro propio progreso» (10).

Eso es lo que Bergson se atreve a llamar «panteísmo ortodoxo». Loisy es aún más revolucionista, pues, según él, la evolución histórica es la única solución al dilema planteado por la exégesis crítica de los protestantes o la inmovilista de los católicos. Lo explica profusamente en sus manifiestos rojos: 

«La misma noción de desarrollo es la que debe ser desarrollada» (11). «Jesús fue mucho menos el representante de una doctrina que el iniciador de un movimiento religioso» (12). «Si se supone que la verdad, en cuanto accesible a la razón humana, es algo absoluto, que la Revelación ha tenido esa misma característica y que el dogma participa de ella; que no sólo el objeto del conocimiento es eterno e inmutable en sí mismo, sino también la forma que ese conocimiento ha revestido en la Historia humana, las afirmaciones de mi librito [L’Évangile et l’Église] son más que temerarias, son absurdas e impías» (13). «La divinidad de Cristo es un dogma que ha crecido en la conciencia cristiana. Existía sólo en germen en la noción del Mesías Hijo de Dios» (14).

Tyrrell dice lo mismo: 

«El catolicismo oficial ha caducado, pero no hay que abandonarlo. El judaísmo debía vivir una vida gloriosa y resucitar en el cristianismo. ¿No puede repetirse la historia? ¿No puede ser que el catolicismo, como el judaísmo, deba morir para renacer bajo una forma más amplia y elevada? ¿No es necesario que todo organismo alcance los límites de su desarrollo y luego muera, para sobrevivir sólo en su descendencia?» (15).

Así, igual que en la época de Kant y de sus sucesores, las grandes figuras del modernismo «católico» están en perfecta armonía sobre los principios. También aquí puede verse el doble aspecto negativo de la crítica pura ignorantista y del conocimiento egologista, vitalista y revolucionista, que obran de concierto. Juntos producen el sistema perfectamente consolidado del modernismo, en el que los principios deletéreos de la filosofía propagan sus efectos destructores sobre una Revelación desligada del realismo histórico, para irse a la deriva sin puerto de amarre. 
____________________
1 Le Roy, Revue de Métaphysique et de Morale, 1901, p. 305; Dogme et Critique, p. 355, en DAFC, «Modernisme», col. 645.
2 Le Roy, Une philosophie nouvelle, p. 68, en DAFC, «Modernisme», col. 654.
3 Le Roy, en DAFC, «Modernisme», col. 644.
4 Loisy, en Ratté, p. 62.
5 Tyrrell’s Letters, pp. 56-61.
6 Blondel, Lettre sur les exigences de la philosophie contemporaine, en Barbier, p. 368.
7 Loisy, Autour d’un petit livre, pp. 129, 202, en ICP, véase p. 23 y ss.
8 Tyrrell, en Ratté, p. 239.
9 Bergson, L’Évolution créatrice, p. 338, en DAFC, «Modernisme», col. 656.
10 Le Roy, Revue de Métaphysique et de Morale, 1907, p. 509, ibíd.
11 Loisy, L’Évangile et l’Église, p. 162, en Rivière, p. 163.
12 Loisy, Études évangeliques, en Rivière, p. 164.
13 Loisy, Autour d’un petit livre, p. 190, en Rivière, p. 177.
14 Loisy, L’Évangile et l’Église, p. 117, en Rivière, p. 399.
15 Tyrrell, Through Scylla, pp. 87-89, en Ratté, p. 202.

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