CIEN AÑOS DE MODERNISMO (52)

3. Las variaciones modernistas desde los protestantes 

Si el modernismo protestante se define sobre todo por su crítica pura, que hacía tabla rasa de las cosas y de los hechos, el punto de unión con los modernistas que salieron del catolicismo es la idea de evolución, el desarrollo perpetuo de la vida. En filosofía hay una crítica del conocimiento mucho más radical que la de Kant. Para los bergsonianos, las cosas no sólo son incognoscibles, sino que no existen y ni siquiera pueden existir en el sistema del puro cambio. Si los alemanes erigen altares a la diosa Razón y construyen magníficos palacios de ideas vacías, Bergson prefiere confinarse en las mazmorras de su conciencia, iluminadas por sus impresiones subjetivas. La emoción hace las veces de conocimiento y de razón; la conciencia ciega hace las veces de inteligencia. Los alemanes identificaban lo racional y lo real, la idea y la cosa. Bergson, que ha negado las cosas y la realidad fuera del yo, se contenta con afirmar su libertad suprema por medio de la ecuación cogito-volo —saber es querer—. La verdad ya no se define, como lo hacía Kant, como la identidad del pensamiento consigo mismo, sino como la identidad del pensamiento con la vida. En el ámbito de la Revelación, los protestantes seguían los pasos de Strauss y de Harnack. Hacían tabla rasa de la Iglesia y reducían el Evangelio a un núcleo purificado de las escorias «míticas», especialmente de los milagros y profecías. Con Loisy, el verdadero cabecilla de los modernistas, el exegeta se consagra a reunir las escuelas que se oponían salvajemente. Quiere reagrupar el catolicismo, que daba la primacía a la Iglesia sobre el Evangelio, y el protestantismo, que conservaba el Evangelio en detrimento de la Iglesia. Donde todos habían fracasado hasta entonces, Loisy logró unir a los contrarios explicando que, de hecho, los dos eran etapas distintas pero enriquecedoras en el movimiento de evolución natural de los seres vivos. Éstos deben desarrollarse, adaptarse a las nuevas condiciones de vida, y finalmente morir para sobrevivir sólo en su descendencia, según las leyes de la vida. La contradicción, lejos de ser insuperable, es en realidad la señal del desarrollo vital, la señal de la riqueza y del origen divino del cristianismo. En teología, Tyrrell está realmente muy cerca, en líneas generales, de sus predecesores del otro lado del Rin. Igual que Schleiermacher, pone énfasis en la mística y la conciencia, fundamento último de la Revelación y de la religión. La gran diferencia radica quizá en el aspecto sistemático de su pensamiento, y también en la riqueza expresiva de su viva imaginación. El dogma no es leña muerta, sino un vehículo que debe adaptarse a la vida de cada creyente. Sobre la Iglesia, Tyrrell ofrece algunas consideraciones democráticas e iluministas nada despreciables que luego aprovecharán sus sucesores. Entre otros, define a la Iglesia como la conciencia colectiva del Pueblo de Dios y el único sujeto de la infalibilidad. La Iglesia católica es la mejor institución religiosa porque es la más viva. Aun así, debe saber transformarse, del mismo modo que el judaísmo caduco se transformó en la Iglesia católica. La misión que incumbe a los modernistas «católicos» es la de reformar la Iglesia desde dentro y preparar su conversión final, incluso a su pesar. ¿Qué religión pretenden establecer? La visión tyrrelliana de la Iglesia del mañana prepara el sueño filantrópico del Punto Omega de Teilhard. Así, tanto para Tyrrell como para sus maestros de filosofía y de exégesis, la nueva contribución pone énfasis sobre todo en la evolución y la revolución perpetua, extendida a todos los ámbitos, filosófico, exegético y teológico. 

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