CIEN AÑOS DE MODERNISMO (58)

La convergencia del modernismo y del panteísmo 

Acabamos de subrayar los indicios inequívocos de panteísmo en los escritos de Teilhard. Aunque es discreto en sus primeros escritos, no hay duda de que sus obras, por no decir su pensamiento, fueron madurando con los años, de manera que sus últimos trabajos son muy reveladores sobre el tema. Aquí van algunos textos:

«No me di cuenta de que, inevitablemente, a medida que Dios “metamorfoseaba” el mundo, desde las profundidades de la Materia hasta las cimas del Espíritu, el mundo, a su vez, debía “endomorfizar” a Dios. Bajo el efecto mismo de la operación unitiva que lo revela a nosotros, Dios “se transforma” en cierto modo al incorporarnos a sí» (1). «No acepto la postura “antipanteísta” que usted me atribuye. Al contrario, soy esencialmente panteísta de pensamiento y de temperamento; y toda mi vida la pasé pregonando que existe un verdadero “panteísmo de unión”, Deus omnia in omnibus (un pancristismo, diría Blondel) frente al seudopanteísmo de disolución, Deus omnia. Y por esto mismo no siento ninguna simpatía por el Creacionismo bíblico, salvo en la medida en que éste establezca la posibilidad de unión. Dejando eso de lado, la idea de creación bíblica me parece infantil y antropomórfica» (2). «Si como consecuencia de algún trastorno interior, llegara a perder sucesivamente mi fe en Cristo, mi fe en un Dios personal, mi fe en el Espíritu, me parece que seguiría creyendo en el Mundo. El Mundo (el valor, la infalibilidad y la bondad del mundo) es, en última instancia, la primera y única cosa en que creo… Me abandono a la fe confusa en un Mundo uno e infalible, donde quiera que me conduzca» (3).

Veamos ahora rápidamente las relaciones e implicaciones que existen entre el modernismo y el panteísmo, que manifiestamente parece obsesionar a los pensadores prendados de las ideas modernas. ¿Se trata de armonías confusas sin vínculo necesario, o hay entre ellas relación de causa a efecto? Ésa es la pregunta a la que tenemos que responder en este párrafo.
Históricamente sólo ha habido dos formas de pensamiento y de vida (4): lo «sobrenatural» carnal y lo sobrenatural espiritual. Lo que la Historia revela de los sistemas religiosos, la razón lo prueba con facilidad. La religión, vínculo entre el hombre y Dios, tiene dos expresiones posibles: o el hombre reconoce a un Dios exterior que se revela a él, o lo rechaza. Si lo acepta, esa religión no es otra que la religión católica, la única que recibió la Revelación del Dios hecho hombre. Ella tiene una visión optimista del mundo salido de las manos de Dios, «el Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra», y si hay mal, la culpa recae en las criaturas que han pecado y caído. Puesto que es un ser caído, el hombre tiene necesidad de un Salvador para elevarse hasta Dios. Pero si el hombre no reconoce a su Creador, debe introducir a «Dios» en su fuero interno, haciendo así a «Dios» a su imagen y semejanza. En ese caso «Dios» es una creación del hombre, es el mismo hombre que toma conciencia de sí mismo. Todo está contenido en el hombre que, por evolución progresiva, se convierte en «Dios» por sus propias fuerzas. La religión en que el hombre se autodiviniza y se adora a sí mismo es la negación del pecado original y el rechazo del Salvador. Estamos en el corazón de la herejía modernista.
Esa división de las creencias y de la cultura en dos posturas antagónicas constituye la trama de la Historia considerada en su conjunto. El primer hombre sucumbió a la misma tentación que Lucifer: querer ser como Dios. Y después del pecado original, la historia de las religiones, es decir, la Historia a secas, es un perpetuo volver a empezar. Los persas siguen a Zoroastro y a la religión maniquea de los dos dioses del bien y del mal; los budistas siguen a los hinduistas con su filosofía panteísta (el mundo es Dios), y tienden a la «perfección» de la nada que llaman nirvana —extinción— por medio de la autoconciencia y el solo espíritu (5). En el siglo III, la gnosis maniquea repite las mismas ideas panteístas cuando enseña exactamente lo contrario de la doctrina cristiana. Tres principios conjugados le dan su cohesión: la devaluación del cosmos; el vuelo místico hacia el más allá; y el medio para realizar ese vuelo místico, la gnosis o conocimiento esotérico. Los gnósticos niegan absolutamente el pecado original universal y la necesidad de un Redentor (6). Lejos de ser seres caídos, somos seres divinos que, sin culpa de nuestra parte, hemos sido arrojados a un universo cruel, extraño y caótico. De la creación mala, los gnósticos deducen que el hombre debe liberarse de ese mundo para divinizarse, mediante un «éxodo» o viaje místico. Como no tiene acceso al único camino racional que conduce a Dios, la creación buena, el hombre tiene que inventar un camino gnóstico, el descubrimiento de lo «sagrado», que lo eleva por sus propias fuerzas hasta la divinidad. 
La creencia panteísta tiene siete vidas. En esto, la Historia corrobora lo que por principio enseñaba ya la teología sobre el origen único de todas las herejías. El panteísmo repite en el hombre el pecado de Lucifer y de los ángeles, y no es nada sorprendente que todas las herejías echen en él sus raíces. La misma tentación del Dios inmanente, del hombre que hace a Dios a su imagen, existe desde hace más de veinte siglos. Pasó sucesivamente a Confucio y Buda en el siglo VI antes de Cristo, a la cábala farisaica, al maniqueísmo de los siglos II y III, y al brahmanismo. La volvemos a encontrar en el milenarismo, luego en el catarismo del siglo XIII, y finalmente en Jakob Böhme y Baruch Spinoza en el siglo XVII (7). Curiosamente, se observa un incremento de las mismas tendencias panteístas e inmanentistas en el siglo XVIII, el siglo de la masonería, el siglo de los filósofos «deístas», que mejor sería llamar ateos. Los nuevos magos son legión: Rousseau, Voltaire, los enciclopedistas, Kant y Hegel, Nietzche y Marx. Su lenguaje es directo cuando describen el «asesinato de Dios», el «Viernes Santo especulativo» de Hegel y el «Dios ha muerto» de Nietzche. Ya hemos visto cómo los protestantes modernistas del siglo XIX estaban imbuidos de las mismas tendencias, con Schleiermacher y Strauss. Los modernistas católicos de principios del siglo XX se contaminaron con esas ideas deletéreas. Bergson y Le Roy, Hébert y Loisy, Blondel y Tyrrell, profesaron todos de manera más o menos matizada su fe en un Dios que existe dentro de la mente humana. 
Así pues, cuando Teilhard llega al campo de las ideas después del período modernista, sólo tiene que referirse a sus predecesores para proseguir con sus temas habituales. Quizá fue a consultar también a Madame Blavatsky y su movimiento teosófico, nacido poco después de Darwin (8). Teilhard no oculta que sus ideas huelen a maniqueísmo (9). De hecho, la síntesis de Teilhard hace progresar la causa panteísta al darle toda su cohesión. Hasta entonces los maestros habían tenido dificultades para unir los dos extremos de la cadena: la caída de la creación material y la salvación terrestre. A Teilhard le corresponde el mérito de haberlos juntado. Es el paladín de la Iglesia sincretista, en la cual el hombre se salva por sí mismo al alcanzar el Punto Omega. Pero para que esa «Buena Nueva de la salvación por sí mismo» sea aceptada, hace falta, además, que se la presente bajo los auspicios de la «creación por sí» darviniana. Mejor que los maniqueos y los alemanes, Teilhard describe perfectamente la relación íntima entre la «creación por sí» y la «salvación por sí», gracias al incesante proceso de la evolución. Si los átomos se han unido en moléculas, y las moléculas en seres vivos de todas clases, ¿por qué la humanidad no podría unirse por sí misma en la Nueva Jerusalén? La Jerusalén apocalíptica es el Cuerpo místico de Cristo, el «Superhombre» que se está formando ante nuestros propios ojos, por el esfuerzo del hombre solo, a través de las hazañas de la tecnología y la aparición de los Superestados. Y esa «superevolución» pretende continuar la evolución darviniana de las formas orgánicas. 
Aunque la religión panteísta siempre existió como fenómeno oculto transmitido por la masonería y las sectas, de ahora en adelante cuenta con una buena difusión en el movimiento reciente, aunque ya muy poderoso, del New Age. Nos bastará con citar la profesión de fe de un periodista partidario de esa Nueva Era de Acuario para comprender la influencia panteísta, hegeliana, teilhardiana, y por qué no confesarlo, luciferiana, de ese movimiento:

«El universo en su totalidad es un ser espiritual, vivo y consciente, del cual nosotros formamos parte. Esa Conciencia, llámese “Dios” o como convenga, está habitada por aspectos de sí misma, es decir, por seres conscientes. El universo no es más que una sola y misma vibración, el Amor. A partir del Amor van a ser engendradas las conciencias, ya como aspectos vibratorios, ya como sombras, de fuentes luminosas. Los seres humanos se han creado a sí mismos para experimentar el amor, la inteligencia, la materia y la acción. Atravesamos una serie de vidas encarnadas y desencarnadas que nos han de conducir a la fusión final con la Conciencia Única, que es la identidad subyacente de todo lo que existe en el universo, y es el origen y el destino de todos los seres separados. Hay que preparar el futuro de la humanidad, el Hombre Nuevo, un ser del que aún no podemos tener idea de cómo será, como tampoco podemos sospechar en qué consistirá la originalidad de la Conciencia colectiva humana. La misión que nos incumbe a nosotros, hombres de la Nueva Era, es la de volver a conducir a un estado de conciencia anterior a la caída a todos los seres humanos capaces de ser receptivos. Poco a poco, esa nueva conciencia se introducirá en las actividades cotidianas de los hombres y, cada vez más, las células humanas individuales tomarán conciencia de lo que sucede. El cambio se acelerará a una velocidad exponencial» (10). 
_______________________________
1 En Philippe de la Trinité, p. 163. 
2 Carta del 14 de enero de 1954, en Philippe de la Trinité, p. 168. 
3 Comment je crois, texto fechado en 1934, citado por el Osservatore Romano del 1 de julio de 1962, presentando el Monitum del Santo Oficio, en Philippe de la Trinité, p. 190.
4 Meinvielle, De la cábala al progresismo, conclusión. 
5 Ésta es, al menos, la visión de la escuela Mahayana, que el budismo Zen recupera sustancialmente. Pretende, como Heráclito, que sólo el movimiento existe, y que no hay cosas ni personas, entendidas como substancias. El mundo está esencialmente vacío (sunyata) y lo que nosotros consideramos como cosas depende tanto del Gran Todo monista como del pensamiento humano. El hombre comprende la armonía de todas las cosas cuando entiende que el mundo vacío, el yo no-ser y el nirvana-extinción son lo mismo. Eso se logra, en última instancia, por el Zen —meditación— religioso y filosófico que considera el «yo» como lo que es en realidad, es decir vacío, apagado y en definitiva «no-yo» (en Cooper, World of Philosophies, pp. 40-44, 214-222). 
6 En la doctrina católica, todo se sostiene recíprocamente o todo se derrumba. La redención es correlativa al dogma del pecado original. San Agustín, paradójicamente, demostró la existencia del pecado original, entre otras razones, por la fe en el Salvador del género humano.
7 Meinvielle, De la Cábala al progresismo, passim; Molnar, Le Dieu inmanent. Todas las religiones orientales, budista, brahmanista, hinduista, son ampliamente sincretistas y se enriquecen con las recientes aportaciones que han modificado notablemente sus credos. 
8 El teosofismo niega la existencia de un Dios personal y creador de todas las cosas. Según esa teoría, Dios es idéntico y consubstancial al mundo, la materia con el espíritu. Por otro lado, distingue el Cristo singular (el Dios antropomorfo que, según ellos, es sólo un sabio como Buda) del Cristo universal. Véase Hugon, Les 24 thèses thomistes, pp. 80-86; Action familiale et scolaire, «Connaissance élémentaire du Nouvel Âge», suplemento del número 94, pp. 52-53. 
9 Escribe en L’union créatrice: «[Mi concepción] sugiere que la creación no fue absolutamente gratuita, sino que representa una obra de interés casi absoluto. Todo esto redolet manicheismum… Es verdad, pero, sinceramente, ¿se pueden evitar esos escollos —o mejor dicho, esas paradojas— sin caer en explicaciones puramente verbales?» (en Frénaud, p. 15).
10 Eric Pigani, Channel, les médiums du Nouvel Âge. Los subrayados son nuestros. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lecc XXII EXPLICACION DE DIOS (1)

LA VIDA INTERIOR

Lecc 21 EXISTENCIA DE DIOS (4)